jueves, 31 de enero de 2013

¿Quién es Django?

Acabo de salir del cine. El ruido de las balas aún resuena en mi cabeza. La sangre de los muertos se mezcla con mis reflexiones.
¿Quién es Django?. ¿Existió alguna vez? No quiero decir el personaje, digo la persona. ¿Existió alguna vez, algún negro que se rebelara contra la esclavitud? ¿Alguien con la agallas de Django capaz de mirar a un blanco a los ojos y decirle “La D es muda”? Mi mente sigue más allá. Cuando naces negro en Misisipi, a principios del siglo XIX, por decir algo, aunque bien podría decir también judío en la Alemania nazi, o mujer en la cultura talibán. Pues eso. Cuando naces negro y tus padres son esclavos, porque así te lo han hecho saber, y te dicen que tú eres esclavo, porque tus padres son esclavos y porque tus abuelos también lo fueron. Cuando preguntas más allá y la única respuesta es que eres negro y los negros son esclavos de los blancos, nadie, y repito,¿ nadie pensó que los estaban engañando? Vale, ya sabemos que hubo una guerra civil y el resultado. Pero me refiero a los años anteriores. A los abusos a los que fueron sometidos los negros por parte de los blancos. A su “aceptación” de ser inferior. Claro, uno no acepta que es inferior. Se lo imponen. Generar miedo. Esa es la estrategia de la imposición. Siempre ha sido así. Cuando alguien quiere someter a otro, siempre ha usado esa estrategia. Nada nuevo bajo el sol. Un escenario social abonado con racismo. La cúpula eclesiástica de entonces, también apoyaba esta superioridad arbitraria del color y el sometimiento de los africanos a sus dueños. Nadie podía ayudarlos. Estaban en el más absoluto desamparo. Seres indefensos, sin dinero, sin armas y sin derechos. Vendidos al mejor postor. Un horror incomprensible e imposible de perdonar. Seguro que en la mente y en las lágrimas de muchos se escondía Django. Ese negro vengador, que mata a diestro y siniestro. Que usa la violencia como única arma para vencer la injusticia. El ojo por ojo.

Hoy, si miramos bien, podemos ver ese Django en los ojos de muchos vendedores de camisetas de marca falsificada. Esos que se ponen con las mantas en la calle, desafiando a la policía. También los podemos ver en algunos restaurantes chinos, o vendiendo rosas o trabajando en las grandes superficies de ropa asiática. Nadie se fija en ellos. Parecen todos iguales. De vez en cuando los cambian de restaurante o de lugar de “trabajo” para no crear vínculos. Todos lo sabemos y todos callamos. Somos cómplices de la nueva esclavitud del siglo XXI. Tenemos leyes, derechos humanos y ONGs que ayudan hasta la madre que los parió, pero a estos, ¿quién los ayuda?
Algún día, no muy lejano, alguien elevará su voz y dirá que ya no quiere ser esclavo porque no hay más amo que la propia conciencia. Algún día veremos el fin de los poderosos a la fuerza y se elevarán voces de justicia entre los oprimidos. La utopía dejará paso a la realidad. La justicia dejará de ser ciega y verá, por fin. El mundo será tal y como soñamos los que aún soñamos despiertos. Pero, mientras tanto, ¿Quién quiere ser el primero en enfundarse una pistola y decir “la D es muda”?