jueves, 13 de julio de 2017

La mirada triste del hijo de Donald Trump

Hace unos meses vi una foto de Donald Trump exhibiendo “poderío económico”. En esa foto estaba sentado en una silla estilo Luis XV con las patas doradas- las de la silla, no las del Presidente-, una sonrisa de oreja a oreja y las manos situadas entre las rodillas entreabiertas. La comunicación no verbal y los partidarios de Freud interpretarían su pose como una demostración de macho alfa intimidante. Desde luego, si fuese en el metro de Madrid podrían llamarle la atención por estar “despatarrado” y no dejar sitio a los demás, pero como estaba en su casa tenía la potestad- eso parece indicar por su expresión- para sentarse como le diera la gana, estuviese  fotografiándolo un profesional o su primo hermano.


Detrás del Presidente se veían dos columnas de algo parecido al mármol con las cúpulas doradas y al otro lado de la sala, otras dos columnas exactamente iguales. Al fondo, justo detrás de los cristales, la gran ciudad. O sea, estamos en la parte alta, muy alta, del edificio Trump. Podría ser un gran salón si tenemos en cuenta el sofá que se ve a la derecha de la foto; eso, o un despacho enorme. De pie, está ella: Melania, que ha colocado sobre su cuerpo una tela rosa palo a modo de faldilla de mesa camilla dejando al descubierto las rodillas y el hombro derecho. Vista así de frente podría pasar por una modelo o un maniquí de tienda cara. Bella, eso sí. La genética la acompaña y no vale decir que ha pasado por el cirujano plástico más de una vez. Muchas pasan, las “dejan” con menos arrugas  pero no más guapas. Ser guapa es un don que la genética regala a quién le da la gana. La belleza es una dictadura por mucho que el dinero parezca embellecer al que lo posee, y si no que se lo digan a algún director deportivo de Fórmula 1 entrado en años acostumbrado a pasearse con modelos jóvenes y guapas. Otra cosa es la felicidad. ¿Uno es más feliz cuanto más dinero tiene?- podríamos preguntarnos-. La respuesta la tuve un segundo después cuando mis ojos se dirigieron hacia el niño de ambos. Un niño de unos seis o siete años, montado a conciencia sobre un león de peluche; serio, sin parecer importarle la fastuosidad del decorado ni los coches de juguete que estaban a los pies del león. Está incómodo- pensé- .No está relajado- seguí elucubrando-. Volví a mirarlo otra vez, con su traje, su corbata, disfrazado de hombre, sentado a horcajadas sobre aquel león y me lo imaginé llorando porque no quería ni subirse al animal ni vestirse así.
A los niños les preocupa mucho menos las apariencias que a los adultos. Nos enseñan a distinguirnos de los demás económicamente cuando vamos haciéndonos mayores, señalándonos determinadas marcas de ropa distintivas de clase alta, el lugar y el hotel elegido para las vacaciones, los regalos de Papá Noel o el tipo de casa en que vivimos, porque hasta entonces, pensamos que todos nacemos iguales. Luego la realidad se impone y nos va poniendo a cada uno en el sitio que nos ha tocado vivir, concretamente a este niño, sobre el lomo de un león de peluche. Reconozco que cuando lo vi empezó a caerme bien y sin saber por qué comencé a indagar sobre su vida. Supe que era el quinto hijo de Donald y el primero de su tercera esposa. El golf, los aviones y los helicópteros destacaban entre sus gustos favoritos. También comentaban su predilección por llevar traje y corbata, que hablaba tres idiomas y tenía la costumbre de ponerse crema de caviar después del baño.
De la foto que he descrito anteriormente han pasado ya unos años y en este momento, Barron ya es casi un adolescente. En estos momentos dudo que quiera subirse a ningún animal inanimado por muy rey de la selva que sea. Es lo que tiene crecer: poder tomar nuestras propias decisiones acertadas o no independientemente de los demás, incluidos los padres. Melania habla de él como un niño “muy fuerte, muy especial e inteligente” y estoy de acuerdo con ella. Hay que ser muy fuerte y muy especial para enfrentarse a las críticas de las redes sociales cuando haces o dices “cosas” que los ciudadanos suponen anómalas. Somos así de entrometidos y “bocachanclas”,  y lo digo también por mí. Cuando vi la primera vez la foto del niño sobre el león pensé en la mirada triste del hijo del Presidente y en lo poco contento que se mostraba teniéndolo casi todo en la vida. El fotógrafo podía haber hecho el retrato en un día en que el niño estaba cansado o con fiebre o simplemente no haber tomado una buena foto, y sin embargo especulé sobre su gesto infantil más allá de eso: un simple gesto. 
No me siento mal por ello. A la mayor parte de los humanos nos gusta hablar de los demás, especular a diestro y siniestro sin contrastar la verdad. Nos contentamos con inventarnos las historias cuando no sabemos la realidad de las mismas. Criticamos sin pensar en las consecuencias, sin ahondar en la certeza de nuestras opiniones, pero qué le vamos a hacer, forma parte de nuestra naturaleza dar opiniones propias como si fuésemos importantes o como si nuestras opiniones sentasen cátedra.

Eso mismo ha hecho un youtuber hace unos meses. James Hunter, así se llama,  ha especulado sobre la posibilidad de que el hijo del Presidente padezca un trastorno del espectro autista  que la madre ha negado, amenazándolo con denunciarlo si no retiraba su video.  Me parece una actitud admirable lo de la madre. Tenga o no tenga un trastorno del espectro autista el hijo del presidente, a este hombre no debería importarle lo más mínimo y mucho menos poner un vídeo sugiriéndolo. Esa circunstancia, si es que existe, no cambiará nada el rumbo de un país, aparte de hacer carnaza para uso y disfrute de algunos, aunque quiera envolverlo en el papel de la falsa inclusión social de personas con trastorno del espectro autista. Hacer daño gratuitamente con determinados comentarios sobre la personas, pero más aún con menores,  sean o no hijos de famosos, tendría que tener una respuesta legal disuasoria.  Un menor no puede defenderse de las especulaciones que los humanos, tan acostumbrados a criticar a los demás, soltamos como si fueran bombas, sin precisar las consecuencias que nuestros comentarios puedan tener en ellos. Una madre o un padre, en este caso Melania, ha salido a defender a su hijo de los comentarios implacables de un youtuber cualquiera, y me parece una decisión muy acertada, como escribí anteriormente. Tenga lo que tenga Barron Trump no es de nuestra incumbencia.  Yo creo a Melania cuando ha descrito las cualidades de su hijo, y no dudo de la veracidad de su discurso al hablar sobre él, al fin y al cabo ella lo conoce mejor que nadie. Si es “muy fuerte, muy especial e inteligente” mucho mejor para el niño y para América. Algún día no muy lejano necesitará la fuerza y la inteligencia para enfrentarse al mundo, como el resto de los humanos, por cierto.