jueves, 30 de octubre de 2014

los psicópatas del amor

Lo conocí hace casi veinte años. Al recordarlo, algunos datos se han borrado de mi memoria. Sucede siempre: nos impregna lo importante y obviamos lo superfluo, aunque a veces lo importante pueden ser pequeñas frases o escenas que inicialmente no parecían ser tan transcendentales. Pero sobre todo, recuerdo cómo entendía la vida y la relación con las demás personas. Usaba a las mujeres como objetos sexuales y una vez satisfecho sus instintos las tiraba sin contemplaciones al cubo de lo prescindible. Poco importaba la estrategia utilizada para conseguir el fin, no dudando en engañar  si se daba el caso. Maquiavelo era un aficionado al lado de este hombre.
Tenía una novia, de esas chicas buenas educadas para casarse, de aspecto virginal y sin experiencia sexual previa. Ella vivía en el pueblo de ambos, a unos cien kilómetros de donde residía mi compañero. Una distancia suficiente para ocultar las mentiras, supongo, pero ahora al ver la historia con el filtro de los años, he entendido que no hay suficiente distancia que pueda ocultar una traición.
El caso es que aquel hombre tan atractivo, seguro de sí mismo, en el fondo resultó ser  poco confiable, egoísta y egocéntrico. Tres adjetivos usados para definirlo cuando me lo presentaron la primera vez. A mí me pareció muy guapo y me dio la sensación de que tenía la autoestima muy alta. Pues él la pone entre las piernas- me dijeron- pero no quise escuchar los comentarios de quienes juzgan a los demás, porque a veces la envidia o el rencor nos hace etiquetar a la gente injustamente. Desgraciadamente, en varias ocasiones vi llorar a alguna de esas a las que prometió la luna con final kleenex y me dolió porque esa mujer podría haber sido yo misma; quizás una de esas fui yo... me duele pensarlo. Probablemente también me duela recordar  las frases “confía en mí”, “la relación con mi pareja está rota”, “eres la mujer con la que quiero estar”, pronunciadas en un entorno idílico envueltas en un halo de falsedad y supongo que a la pobre novia la llenaba de promesas de futuro, falsas como el beso de Judas. No le temblaba la voz cuando mentía. Como dijo alguien: “saber mentir es otra forma de talento” y él sabía mentir muy bien.
Una tarde cuando supe que se casaba le pregunté:
-         ¿Por qué lo haces?
Él mirándome fijamente respondió:
-         No me caso con la mujer que quiero. Me caso con la mujer que necesito.
Y así fue como engañó hasta al mismo Dios, organizando una boda con iglesia, padrinos, y jurando una fidelidad inexistente.

El tiempo pasó rápido y me fui a trabajar a otro lugar. Aquel nombre repetido hasta la saciedad en noches de insomnio, desapareció de mi vida dejando una estela de nada. Cuando confías en alguien y ese alguien traiciona tu confianza, el vacío se apodera del sentimiento y lo borra, dejando sólo el hueco de lo que existió. Ya no volví a saber nada más de él hasta hace un par de años cuando me encontré a una compañera común y volvimos a rememorar el pasado. Aquel adolescente de veinticinco años seguía siendo un adolescente de cuarenta y tres que usaba a las mujeres, incluida la suya, a la que sólo quería como madre de sus hijos. ¡Lástima!, con la de oportunidades que ofrece la vida para reorientar nuestra conducta...
Después de ese, me he encontrado con algunas personas  similares. Mujeres o varones sin escrúpulos, psicópatas del amor y cuando hablo con ellos me viene a la mente una canción de Fito Cabrales: “Ya conozco a unos cuantos que son como usted, que me ofrecen veneno cuando tengo sed”
No sé los demás, pero yo intento apartarme de esos individuos; los miro y veo como escupen el egoísmo que ya no les cabe, pero de lejos, para no salpicarme el corazón con sufrimientos innecesarios. Si alguien lee la frase anterior de nuevo, he escrito “intento”, porque en general eso suelo hacer, mientras la pasión no me desequilibre el autocontrol y lo destroce con su fuego, porque entonces, es posible que la ceguera me impida ver más allá de las llamas y arrase con todo mi ser. Espero que la madurez me haya enseñado a ponerle un traje ignífugo a mi autocontrol, así la pasión podrá quemar todo, menos mi dignidad. Eso espero.

jueves, 23 de octubre de 2014

Instinto básico (sin Sharon Stone)

Yo estaba leyendo el libro de Roberto Iniesta “El viaje íntimo a la locura” cuando reflexioné sobre lo que Robe había escrito: “El hombre carece de auténticos instintos. No durará mucho”. Desgraciadamente, creo que tiene razón.  El ser humano ha ido relegando el instinto en pos de la conveniencia social o de lo políticamente correcto, no sólo en su vida diaria, también en su vida íntima. La sociedad tiene unas reglas no escritas sobre cómo y con quién tenemos que emparejarnos y si no las cumplimos estará esperando hasta que fracase nuestra relación para después hacer leña del árbol caído. Si nos enamoramos de alguien mucho más joven, o mucho mayor, de otra raza, de otra religión, de un nivel cultural mucho menor o cualquier otra circunstancia que nuestros paisanos consideren desnivelado o poco apropiado para nosotros nos lo harán saber, de una forma o de otra. Probablemente lo enmascaren con un halo de falsa modernidad, pero en el fondo, sólo verán el desnivel. Poco importará ante los ojos de los jueces del pueblo que el resto de las piezas encajen. Si una chica de familia normal, con un trabajo normal y un aspecto normal, se empareja con un chico negro de esos que venden Cds en los mercadillos, las alarmas no tardarán en surgir. Primero en la familia, luego en los conocidos y aunque la cohesión entre esas dos personas sea casi perfecta o aunque sea el hombre que la haga feliz,  siempre habrá una voz ajena que sentencie: “ves, no podía ser, si lo sabía yo”, si al final se rompe la relación. Los prejuicios son muy difíciles de erradicar, ya lo dijo Einstein. No dijo que a las mujeres nos ha perjudicado especialmente, para eso ya está las Historia como testigo del recuerdo. En casi todas las culturas hemos sido agredidas con tradiciones rancias incapaces de  aniquilar el pensamiento machista. ¿Cuántas mujeres fueron despreciadas a la soltería,  por atreverse a estudiar una carrera universitaria o por no ser vírgenes? Estoy segura que muchas de ellas encenderían la pasión de algunos pretendientes, pero estos se dejaron llevar influidos por el pensamiento externo y se alejaron de su impulso natural. Sólo algunos valientes se casaron con chicas no vírgenes, divorciadas, madres solteras, universitarias o con mucha más edad que ellos. Sólo algunas valientes se atrevieron a desafiar a la sociedad para seguir su corazón, a divorciarse cuando el marido las humillaba o a poner sus propias reglas del juego. Esos y esas valientes abrieron nuevamente las puertas del instinto y cerraron las normas de una sociedad anclada en costumbres obsoletas.
En la actualidad, muchos países continúan siendo a la vez verdugos y reos en un mundo desigual dirigido por la hipocresía de lo conveniente, castigando a los que se atreven a  desafiar a los “moralistas”. En Europa, a pesar del avance democrático de las últimas décadas,  seguimos cometiendo errores por subestimar nuestra intuición. Todo este conjunto de prejuicios nos cercenan la capacidad de elegir, decantándonos inconscientemente  por lo que la sociedad espera de nosotros, en vez de por lo que nuestro instinto nos indica. Hay que tener una autoestima muy fuerte para saltarse a la torera las opiniones de los demás, porque queramos o no, las opiniones nos influyen, sobre todo si vienen de personas de nuestro entorno.
Quizás Robe tenga razón, pero yo quiero pensar  que el ser humano se salvará a sí mismo cuando vuelva a sacar su parte animal y reconsidere sus deseos, dejando a un lado la imposición cultural o religiosa. Es muy difícil, sobre todo en pueblos más pequeños, hacer caso a la música de nuestro instinto sin el ruido de las opiniones de los otros. Ya lo dije en una ocasión: ” los prejuicios son cadenas que unen los deseos al qué dirán”. Ojalá rompamos esas cadenas algún día. Ojalá nos desatemos de las pautas de los demás. Quizás mañana estemos muertos y alguien nos lleve flores a la tumba. Ese alguien no podrá devolvernos el privilegio de poder elegir aunque nos equivoquemos en la elección, por qué no. Equivocarse es otra forma de libertad. Ser perfecto debe ser lo más aburrido del mundo. Yo ni lo quiero ni lo necesito. ¿Y tú?

jueves, 9 de octubre de 2014

El "NO" como aliado

La palabra “no” asusta. Yo diría que hasta acojona. Los seres humanos no estamos preparados para encajar un “no”, esa palabra maldita que consigue     desasosegarnos y quitarnos el sueño. Cuesta afrontar la frustración que supone asumir una negativa porque eso conlleva saber encajar un ataque en lo más profundo de nuestra esencia: el ego, y con el ego no se juega.
Cuántos días hemos estado esperando esa llamada de alguien que nos gustaba y cuántas veces hemos buscado excusas diversas para justificar el “no me gustas” que la otra persona quiere trasmitirnos por un “tendrá mucho trabajo”, “habrá perdido el teléfono”, “seguro que se está haciendo el interesante”, “es tímido”  y toda esa parafernalia de frases sin sentido para eludir la palabra maldita. Porque ese silencio duele, para qué nos vamos a engañar. Es un dolor punzante como de agujas en el corazón que intentan bajar nuestra autoestima. Un silencio rotundo, aterrador, agorero capaz de hacernos gritar y desesperarnos, hasta que un buen día retomamos el autocontrol y le restamos importancia a la negativa. Dependiendo de nuestra capacidad para encajar la derrota o la frustración, como he dicho antes,  la respuesta será mayor o menor dramática, aunque también es cierto que la edad va amainando esa importancia. Todos recordamos los primeros desengaños amorosos de nuestra vida; suelen ser muy impactantes hasta que aprendemos a valorar las situaciones y a manejar las emociones, es decir, hasta que empezamos a madurar y nos damos cuenta que el “no”, ya sea por medio de las palabras o a través del silencio, no es tan dañino, incluso, cuando pasa el tiempo, lo vemos de una forma diferente. A veces, hasta puede ser ventajoso para nosotros, brindándonos un futuro en otra dirección aunque desconozcamos hacia dónde nos llevará.  Aceptar la realidad cuando no podemos cambiarla nos abrirá puertas nuevas. Ese “no” que nos negaba una situación, nos regala un futuro por descubrir y  al atrevernos a aceptarlo, nos sorprenderá cómo dos letras que sonaban a fracaso se convierten en un triunfo. El enemigo pasa a ser un aliado.
Aquel trabajo al que no nos llamaron, ese hombre o mujer que nos rechazó, el examen suspendido, la oposición no aprobada.... se transformaron en: otro nuevo trabajo, otra pareja mejor, otro examen aprobado, otra oposición. Sólo hacía falta mirar hacia delante y saber que si la vida nos cerraba un camino, el mundo estaba lleno de carreteras y algunas son autovías, aunque inicialmente sólo viésemos el camino cerrado o nos obsesionásemos con él. Sólo hacía falta tener la valentía de querer caminar hacia el futuro. Sólo hacía falta tener ganas de seguir viviendo. El resto lo pondría el destino.
No perdamos el tiempo en lo que no pudo ser y cambiemos el rumbo hacia lo que será, al fin y al cabo se trata de jugar y la vida está llena de cartas.