Tenía una novia, de esas chicas buenas educadas para casarse, de aspecto virginal y sin experiencia sexual previa. Ella vivía en el pueblo de ambos, a unos cien kilómetros de donde residía mi compañero. Una distancia suficiente para ocultar las mentiras, supongo, pero ahora al ver la historia con el filtro de los años, he entendido que no hay suficiente distancia que pueda ocultar una traición.
El caso es que aquel hombre tan atractivo, seguro de sí mismo, en el fondo resultó ser poco confiable, egoísta y egocéntrico. Tres adjetivos usados para definirlo cuando me lo presentaron la primera vez. A mí me pareció muy guapo y me dio la sensación de que tenía la autoestima muy alta. Pues él la pone entre las piernas- me dijeron- pero no quise escuchar los comentarios de quienes juzgan a los demás, porque a veces la envidia o el rencor nos hace etiquetar a la gente injustamente. Desgraciadamente, en varias ocasiones vi llorar a alguna de esas a las que prometió la luna con final kleenex y me dolió porque esa mujer podría haber sido yo misma; quizás una de esas fui yo... me duele pensarlo. Probablemente también me duela recordar las frases “confía en mí”, “la relación con mi pareja está rota”, “eres la mujer con la que quiero estar”, pronunciadas en un entorno idílico envueltas en un halo de falsedad y supongo que a la pobre novia la llenaba de promesas de futuro, falsas como el beso de Judas. No le temblaba la voz cuando mentía. Como dijo alguien: “saber mentir es otra forma de talento” y él sabía mentir muy bien.
Una tarde cuando supe que se casaba le pregunté:
- ¿Por qué lo haces?
Él mirándome fijamente respondió:
- No me caso con la mujer que quiero. Me caso con la mujer que necesito.
Y así fue como engañó hasta al mismo Dios, organizando una boda con iglesia, padrinos, y jurando una fidelidad inexistente.
El tiempo pasó rápido y me
fui a trabajar a otro lugar. Aquel nombre repetido hasta la saciedad en noches
de insomnio, desapareció de mi vida dejando una estela de nada. Cuando confías
en alguien y ese alguien traiciona tu confianza, el vacío se apodera del
sentimiento y lo borra, dejando sólo el hueco de lo que existió. Ya no volví a saber
nada más de él hasta hace un par de años cuando me encontré a una compañera
común y volvimos a rememorar el pasado. Aquel adolescente de veinticinco años
seguía siendo un adolescente de cuarenta y tres que usaba a las mujeres,
incluida la suya, a la que sólo quería como madre de sus hijos. ¡Lástima!, con
la de oportunidades que ofrece la vida para reorientar nuestra conducta...
Después de ese, me he
encontrado con algunas personas
similares. Mujeres o varones sin escrúpulos, psicópatas del amor y cuando
hablo con ellos me viene a la mente una canción de Fito Cabrales: “Ya conozco a
unos cuantos que son como usted, que me ofrecen veneno cuando tengo sed”No sé los demás, pero yo intento apartarme de esos individuos; los miro y veo como escupen el egoísmo que ya no les cabe, pero de lejos, para no salpicarme el corazón con sufrimientos innecesarios. Si alguien lee la frase anterior de nuevo, he escrito “intento”, porque en general eso suelo hacer, mientras la pasión no me desequilibre el autocontrol y lo destroce con su fuego, porque entonces, es posible que la ceguera me impida ver más allá de las llamas y arrase con todo mi ser. Espero que la madurez me haya enseñado a ponerle un traje ignífugo a mi autocontrol, así la pasión podrá quemar todo, menos mi dignidad. Eso espero.
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