jueves, 23 de octubre de 2014

Instinto básico (sin Sharon Stone)

Yo estaba leyendo el libro de Roberto Iniesta “El viaje íntimo a la locura” cuando reflexioné sobre lo que Robe había escrito: “El hombre carece de auténticos instintos. No durará mucho”. Desgraciadamente, creo que tiene razón.  El ser humano ha ido relegando el instinto en pos de la conveniencia social o de lo políticamente correcto, no sólo en su vida diaria, también en su vida íntima. La sociedad tiene unas reglas no escritas sobre cómo y con quién tenemos que emparejarnos y si no las cumplimos estará esperando hasta que fracase nuestra relación para después hacer leña del árbol caído. Si nos enamoramos de alguien mucho más joven, o mucho mayor, de otra raza, de otra religión, de un nivel cultural mucho menor o cualquier otra circunstancia que nuestros paisanos consideren desnivelado o poco apropiado para nosotros nos lo harán saber, de una forma o de otra. Probablemente lo enmascaren con un halo de falsa modernidad, pero en el fondo, sólo verán el desnivel. Poco importará ante los ojos de los jueces del pueblo que el resto de las piezas encajen. Si una chica de familia normal, con un trabajo normal y un aspecto normal, se empareja con un chico negro de esos que venden Cds en los mercadillos, las alarmas no tardarán en surgir. Primero en la familia, luego en los conocidos y aunque la cohesión entre esas dos personas sea casi perfecta o aunque sea el hombre que la haga feliz,  siempre habrá una voz ajena que sentencie: “ves, no podía ser, si lo sabía yo”, si al final se rompe la relación. Los prejuicios son muy difíciles de erradicar, ya lo dijo Einstein. No dijo que a las mujeres nos ha perjudicado especialmente, para eso ya está las Historia como testigo del recuerdo. En casi todas las culturas hemos sido agredidas con tradiciones rancias incapaces de  aniquilar el pensamiento machista. ¿Cuántas mujeres fueron despreciadas a la soltería,  por atreverse a estudiar una carrera universitaria o por no ser vírgenes? Estoy segura que muchas de ellas encenderían la pasión de algunos pretendientes, pero estos se dejaron llevar influidos por el pensamiento externo y se alejaron de su impulso natural. Sólo algunos valientes se casaron con chicas no vírgenes, divorciadas, madres solteras, universitarias o con mucha más edad que ellos. Sólo algunas valientes se atrevieron a desafiar a la sociedad para seguir su corazón, a divorciarse cuando el marido las humillaba o a poner sus propias reglas del juego. Esos y esas valientes abrieron nuevamente las puertas del instinto y cerraron las normas de una sociedad anclada en costumbres obsoletas.
En la actualidad, muchos países continúan siendo a la vez verdugos y reos en un mundo desigual dirigido por la hipocresía de lo conveniente, castigando a los que se atreven a  desafiar a los “moralistas”. En Europa, a pesar del avance democrático de las últimas décadas,  seguimos cometiendo errores por subestimar nuestra intuición. Todo este conjunto de prejuicios nos cercenan la capacidad de elegir, decantándonos inconscientemente  por lo que la sociedad espera de nosotros, en vez de por lo que nuestro instinto nos indica. Hay que tener una autoestima muy fuerte para saltarse a la torera las opiniones de los demás, porque queramos o no, las opiniones nos influyen, sobre todo si vienen de personas de nuestro entorno.
Quizás Robe tenga razón, pero yo quiero pensar  que el ser humano se salvará a sí mismo cuando vuelva a sacar su parte animal y reconsidere sus deseos, dejando a un lado la imposición cultural o religiosa. Es muy difícil, sobre todo en pueblos más pequeños, hacer caso a la música de nuestro instinto sin el ruido de las opiniones de los otros. Ya lo dije en una ocasión: ” los prejuicios son cadenas que unen los deseos al qué dirán”. Ojalá rompamos esas cadenas algún día. Ojalá nos desatemos de las pautas de los demás. Quizás mañana estemos muertos y alguien nos lleve flores a la tumba. Ese alguien no podrá devolvernos el privilegio de poder elegir aunque nos equivoquemos en la elección, por qué no. Equivocarse es otra forma de libertad. Ser perfecto debe ser lo más aburrido del mundo. Yo ni lo quiero ni lo necesito. ¿Y tú?

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