Cuántos días hemos estado esperando esa llamada de alguien que nos gustaba y cuántas veces hemos buscado excusas diversas para justificar el “no me gustas” que la otra persona quiere trasmitirnos por un “tendrá mucho trabajo”, “habrá perdido el teléfono”, “seguro que se está haciendo el interesante”, “es tímido” y toda esa parafernalia de frases sin sentido para eludir la palabra maldita. Porque ese silencio duele, para qué nos vamos a engañar. Es un dolor punzante como de agujas en el corazón que intentan bajar nuestra autoestima. Un silencio rotundo, aterrador, agorero capaz de hacernos gritar y desesperarnos, hasta que un buen día retomamos el autocontrol y le restamos importancia a la negativa. Dependiendo de nuestra capacidad para encajar la derrota o la frustración, como he dicho antes, la respuesta será mayor o menor dramática, aunque también es cierto que la edad va amainando esa importancia. Todos recordamos los primeros desengaños amorosos de nuestra vida; suelen ser muy impactantes hasta que aprendemos a valorar las situaciones y a manejar las emociones, es decir, hasta que empezamos a madurar y nos damos cuenta que el “no”, ya sea por medio de las palabras o a través del silencio, no es tan dañino, incluso, cuando pasa el tiempo, lo vemos de una forma diferente. A veces, hasta puede ser ventajoso para nosotros, brindándonos un futuro en otra dirección aunque desconozcamos hacia dónde nos llevará. Aceptar la realidad cuando no podemos cambiarla nos abrirá puertas nuevas. Ese “no” que nos negaba una situación, nos regala un futuro por descubrir y al atrevernos a aceptarlo, nos sorprenderá cómo dos letras que sonaban a fracaso se convierten en un triunfo. El enemigo pasa a ser un aliado.
Aquel trabajo al que no nos llamaron, ese hombre o mujer que nos rechazó, el examen suspendido, la oposición no aprobada.... se transformaron en: otro nuevo trabajo, otra pareja mejor, otro examen aprobado, otra oposición. Sólo hacía falta mirar hacia delante y saber que si la vida nos cerraba un camino, el mundo estaba lleno de carreteras y algunas son autovías, aunque inicialmente sólo viésemos el camino cerrado o nos obsesionásemos con él. Sólo hacía falta tener la valentía de querer caminar hacia el futuro. Sólo hacía falta tener ganas de seguir viviendo. El resto lo pondría el destino.
No perdamos el tiempo en lo que no pudo ser y cambiemos el rumbo hacia lo que será, al fin y al cabo se trata de jugar y la vida está llena de cartas.
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