“Somos
esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestro silencio”, una
frase muy a tener en cuenta, sobre todo si alguien tiene un cargo
público ya que su lenguaje indicará, entre otras cosas, la aptitud
para el mismo. Al alcalde de Valladolid, el señor León de la Riva,
se le ha olvidado o no ha leído nunca esta cita si no, tal vez
hubiese sido más prudente a la hora de hacer declaraciones tan
estúpidas, como las que últimamente nos tiene acostumbrados a
escuchar.
Una
de ellas es: “Voy a limpiar Valladolid de piojos, pulgas y
putas”.Lo de los piojos y las pulgas tiene su explicación médica
pero lo de las putas es más controvertido. No voy a entrar en
disquisiciones si la prostitución debería regularse como ya lo ha
hecho Holanda o debería desaparecer como pretende la ONG “Médicos
del mundo”;este tema es demasiado delicado para tratarlo sin los
datos necesarios, pero sí voy a instar al señor alcalde a honrar su
cargo, siendo más prudente a la hora de exponer determinados temas o
tendrá que ser esclavo de sus palabras y cumplirlas si llega el
caso.
Para
ello le aconsejo que recuerde a Augusto, el primer emperador de Roma.
En el año 18 a.C. promulgó una ley para reprimir los adulterios
llamada “lex adulteriis coercendis”, en virtud de la cual se
castigaba con el destierro a una isla, a toda mujer juzgada culpable
de adulterio por un tribunal específico (quaestio de adulteriis). Se
consideraba adúltera a una mujer cuando había mantenido relaciones
extraconyugales, aunque fuese soltera o viuda. Tan sólo se salvaban
de ser juzgadas las prostitutas. Pues bien, en el año 2 a.C. tuvo
que aplicar esta ley a Julia, su propia hija, desterrándola a la
isla de Pandataria donde murió en el 14 d.C, el mismo año que él.
Este
breve recuerdo histórico, podría haber hecho reflexionar al señor
alcalde, antes de pronunciar aseveraciones tan radicales. Nunca
aprendemos de la Historia, con la de ejemplos que nos ha enseñado,
para no volver a caer en los mismos errores…
A
todos se nos han puesto en contra nuestras propias palabras alguna
vez. A todos los que hemos hablado de más por haber pensado de menos
y luego hemos tenido que tragárnoslas. “Jamás haré tal cosa”-
hemos asegurado y ese“jamás” se convierte en “¡para qué
hablaría!”. La madurez nos ha ido enseñando a racionalizar
nuestras conversaciones o a matizar nuestras ideas por el bien de
nuestra integridad social. Ya sabemos que es muy fácil criticar a
los demás, cuando la crítica no se trata de nosotros. Tampoco
pretendamos estar de acuerdo con todas las conductas. Más bien, lo
aconsejable sería respetar las opiniones respetables, aunque no
compartamos el contenido de las mismas. Esto se llama “prudencia”,
una virtud muy valorada que sólo poseen algunos elegidos.
Probablemente el ego nos impida callar, pero para eso ya está el
tiempo, ese gran sabio que nos va colocando a cada uno en nuestro
sitio, y a veces, nos deja sin ningún lugar, “por bocazas”.
Si el señor León de la Riva se da por aludido o no, es su problema, pero sus comentarios, es posible, que al final sean un problema para todos si no modula sus impulsos. No es mi intención insultarlo ni denigrarlo, simplemente debe recordar, él y todos los demás que los ciudadanos necesitamos políticos inteligentes y ya estamos empezando a cansarnos de que la palabra “inteligente” parezca una utopía. No importa el color del partido, una persona con un cargo público debe intentar cultivar la prudencia como parte de su trabajo y si no puede, debería dimitir, aunque, claro, en este bendito país, ya se sabe, la dimisión en la clase política no sólo parece una utopía, lo es.
Si el señor León de la Riva se da por aludido o no, es su problema, pero sus comentarios, es posible, que al final sean un problema para todos si no modula sus impulsos. No es mi intención insultarlo ni denigrarlo, simplemente debe recordar, él y todos los demás que los ciudadanos necesitamos políticos inteligentes y ya estamos empezando a cansarnos de que la palabra “inteligente” parezca una utopía. No importa el color del partido, una persona con un cargo público debe intentar cultivar la prudencia como parte de su trabajo y si no puede, debería dimitir, aunque, claro, en este bendito país, ya se sabe, la dimisión en la clase política no sólo parece una utopía, lo es.