No
soporto a las personas sin valores. A esos mercenarios incapaces de
ser leales a unas ideas, que cuando cambia la dirección del
viento se mudan de chaqueta, y se quedan desnudos si hace falta. A
esos narcisistas que usan a los demás para su uso y disfrute; a los
ambiciosos adoradores del dinero como único dios, que no temen
hacer actos ilegales o inmorales para resarcir su patrimonio, si
notan cualquier mínimo indicio de merma en sus ingresos, pero
incapaces de compartir aunque sean las sobras. A los deshonestos que
no dudan en calumniar ni en injuriar para conseguir sus
objetivos, incapaces de enmendar sus errores aunque se
demuestren sus falsedades. Acusar injustamente a alguien es, junto
con la deslealtad, una de las actitudes más reprobables del
ser humano. En el mundo político lo estamos viendo casi a diario:
puñaladas traperas, mentiras, desconfianzas, juego sucio... Es el
“todo vale” por mantener o conseguir el poder. …. No hay
nada inventado. Un tal Maquiavelo ya lo escribió en “El príncipe”
hace casi quinientos años. El fin justifica los medios, dijo.
Nos
sorprendería la de maquiavélicos y maquiavélicas que nos rodean,
teatralizando sus propios engaños y envolviéndolos en verdad, para
luego abusar de nuestra confianza, mercadeando con nuestra buena fe.
Realmente, este tipo de personas apátridas de valores cavan su
propia tumba, porque cuando se les reconoce (al final siempre se les
reconoce) producen un rechazo frontal en la gente de bien.
En
esta sociedad hedonista adicta al becerro de oro, encontrar a hombres
justos, honestos o buenos es una tarea casi imposible, y si los
encontramos nos solemos reír de su actitud etiquetándolos como
seres débiles. Estamos demasiado acostumbrados al yo, mí, me,
conmigo. Ayudar a los demás a ser mejores personas o mejores
profesionales sin esperar nada a cambio, simplemente para embellecer
este mundo, es ya un valor utópico. La costumbre habitual de
echar zancadillas al otro, torpedear ideas brillantes, taponar
proyectos, no es nueva. La Historia nos ha dado sobradas muestras de
apátridas de valores y curiosamente, muchos de ellos han dirigido
naciones o imperios. La personalidad antisocial se impone entre los
poderosos y en muchos puestos de responsabilidad (lo he leído
últimamente en algún periódico medianamente confiable).
Probablemente la forma de gobernar sea un reflejo de nuestra
sociedad…
Sinceramente,
espero que perduren los rebeldes a la corrupción, los que van a
contracorriente de lo superfluo, “los nuevos espartacos”, sí,
esos que se resisten a ser esclavos del dinero y del poder. Solo esos
podrán legar a futuras generaciones la verdadera esencia del ser
humano. Los otros, se dejarán arrastrar por la dictadura del tiempo
y perecerán en sus tumbas, tan frías, como sus almas.