Hace
unos meses vi una foto de Donald Trump exhibiendo “poderío
económico”. En esa foto estaba sentado en una silla estilo Luis XV
con las patas doradas- las de la silla, no las del Presidente-, una
sonrisa de oreja a oreja y las manos situadas entre las rodillas
entreabiertas. La comunicación no verbal y los partidarios de Freud
interpretarían su pose como una demostración de macho alfa
intimidante. Desde luego, si fuese en el metro de Madrid podrían
llamarle la atención por estar “despatarrado” y no dejar sitio a
los demás, pero como estaba en su casa tenía la potestad- eso
parece indicar por su expresión- para sentarse como le diera la
gana, estuviese fotografiándolo un profesional o su primo
hermano.
Detrás
del Presidente se veían dos columnas de algo parecido al mármol con
las cúpulas doradas y al otro lado de la sala, otras dos columnas
exactamente iguales. Al fondo, justo detrás de los cristales, la
gran ciudad. O sea, estamos en la parte alta, muy alta, del edificio
Trump. Podría ser un gran salón si tenemos en cuenta el sofá que
se ve a la derecha de la foto; eso, o un despacho enorme. De pie,
está ella: Melania, que ha colocado sobre su cuerpo una tela rosa
palo a modo de faldilla de mesa camilla dejando al descubierto las
rodillas y el hombro derecho. Vista así de frente podría pasar por
una modelo o un maniquí de tienda cara. Bella, eso sí. La genética
la acompaña y no vale decir que ha pasado por el cirujano plástico
más de una vez. Muchas pasan, las “dejan” con menos arrugas
pero no más guapas. Ser guapa es un don que la genética
regala a quién le da la gana. La belleza es una dictadura por mucho
que el dinero parezca embellecer al que lo posee, y si no que se lo
digan a algún director deportivo de Fórmula 1 entrado en años
acostumbrado a pasearse con modelos jóvenes y guapas. Otra cosa es
la felicidad. ¿Uno es más feliz cuanto más dinero tiene?-
podríamos preguntarnos-. La respuesta la tuve un segundo después
cuando mis ojos se dirigieron hacia el niño de ambos. Un niño de
unos seis o siete años, montado a conciencia sobre un león de
peluche; serio, sin parecer importarle la fastuosidad del decorado ni
los coches de juguete que estaban a los pies del león. Está
incómodo- pensé- .No está relajado- seguí elucubrando-. Volví a
mirarlo otra vez, con su traje, su corbata, disfrazado de hombre,
sentado a horcajadas sobre aquel león y me lo imaginé llorando
porque no quería ni subirse al animal ni vestirse así.
A
los niños les preocupa mucho menos las apariencias que a los
adultos. Nos enseñan a distinguirnos de los demás económicamente
cuando vamos haciéndonos mayores, señalándonos determinadas marcas
de ropa distintivas de clase alta, el lugar y el hotel elegido para
las vacaciones, los regalos de Papá Noel o el tipo de casa en que
vivimos, porque hasta entonces, pensamos que todos nacemos iguales.
Luego la realidad se impone y nos va poniendo a cada uno en el sitio
que nos ha tocado vivir, concretamente a este niño, sobre el lomo de
un león de peluche. Reconozco que cuando lo vi empezó a caerme bien
y sin saber por qué comencé a indagar sobre su vida. Supe que era
el quinto hijo de Donald y el primero de su tercera esposa. El golf,
los aviones y los helicópteros destacaban entre sus gustos
favoritos. También comentaban su predilección por llevar traje y
corbata, que hablaba tres idiomas y tenía la costumbre de ponerse
crema de caviar después del baño.
De
la foto que he descrito anteriormente han pasado ya unos años y en
este momento, Barron ya es casi un adolescente. En estos momentos
dudo que quiera subirse a ningún animal inanimado por muy rey de la
selva que sea. Es lo que tiene crecer: poder tomar nuestras propias
decisiones acertadas o no independientemente de los demás, incluidos
los padres. Melania habla de él como un niño “muy fuerte, muy
especial e inteligente” y estoy de acuerdo con ella. Hay que ser
muy fuerte y muy especial para enfrentarse a las críticas de las
redes sociales cuando haces o dices “cosas” que los ciudadanos
suponen anómalas. Somos así de entrometidos y “bocachanclas”,
y lo digo también por mí. Cuando vi la primera vez la foto
del niño sobre el león pensé en la mirada triste del hijo del
Presidente y en lo poco contento que se mostraba teniéndolo casi
todo en la vida. El fotógrafo podía haber hecho el retrato en un
día en que el niño estaba cansado o con fiebre o simplemente no
haber tomado una buena foto, y sin embargo especulé sobre su gesto
infantil más allá de eso: un simple gesto.
No
me siento mal por ello. A la mayor parte de los humanos nos gusta
hablar de los demás, especular a diestro y siniestro sin contrastar
la verdad. Nos contentamos con inventarnos las historias cuando no
sabemos la realidad de las mismas. Criticamos sin pensar en las
consecuencias, sin ahondar en la certeza de nuestras opiniones, pero
qué le vamos a hacer, forma parte de nuestra naturaleza dar
opiniones propias como si fuésemos importantes o como si nuestras
opiniones sentasen cátedra.
Eso
mismo ha hecho un youtuber hace unos meses. James Hunter, así se
llama, ha especulado sobre la posibilidad de que el hijo del
Presidente padezca un trastorno del espectro autista que la
madre ha negado, amenazándolo con denunciarlo si no retiraba su
video. Me parece una actitud admirable lo de la madre. Tenga o
no tenga un trastorno del espectro autista el hijo del presidente, a
este hombre no debería importarle lo más mínimo y mucho menos
poner un vídeo sugiriéndolo. Esa circunstancia, si es que existe,
no cambiará nada el rumbo de un país, aparte de hacer carnaza para
uso y disfrute de algunos, aunque quiera envolverlo en el papel de la
falsa inclusión social de personas con trastorno del espectro
autista. Hacer daño gratuitamente con determinados comentarios sobre
la personas, pero más aún con menores, sean o no hijos de
famosos, tendría que tener una respuesta legal disuasoria. Un
menor no puede defenderse de las especulaciones que los humanos, tan
acostumbrados a criticar a los demás, soltamos como si fueran
bombas, sin precisar las consecuencias que nuestros comentarios
puedan tener en ellos. Una madre o un padre, en este caso Melania, ha
salido a defender a su hijo de los comentarios implacables de un
youtuber cualquiera, y me parece una decisión muy acertada, como
escribí anteriormente. Tenga lo que tenga Barron Trump no es de
nuestra incumbencia. Yo creo a Melania cuando ha descrito las
cualidades de su hijo, y no dudo de la veracidad de su discurso al
hablar sobre él, al fin y al cabo ella lo conoce mejor que nadie. Si
es “muy fuerte, muy especial e inteligente” mucho mejor para el
niño y para América. Algún día no muy lejano necesitará la
fuerza y la inteligencia para enfrentarse al mundo, como el resto de
los humanos, por cierto.