En cada uno de nosotros habita un personaje famoso, ya sea de ficción o real. Puede ser un personaje literario, de cómic, un político actual o pasado, un cantante, un actor...
Entre las personas más o menos cercanas a mí, he reconocido a algunas Bernarda Alba, a un par de Donald Trump, a dos o tres periodistas de las revistas del corazón, de esos/as que anteponen la vida de los otros a sus propias vidas, siempre juzgando los actos de los demás, y casi siempre condenándolos sin ningún tipo de compasión.
También he visto a Calimero, aquel pequeño pollo negro de mirada triste aquejado de una sensación constante de incomprensión por parte de los adultos. Sus frases: “¡Esto es una injusticia!” o “¡los mayores no me entienden!” formaban parte de su repertorio de quejas constantes.
La ironía de Groucho Marx la he sentido en un compañero de trabajo; la ingenuidad de la segunda esposa de Max de Winter en una veinteañera, hija de una amiga; el humor de Chiquito de la Calzada en un tío mío, ya fallecido.
Si evaluamos nuestra conducta podemos vislumbrar nuestro alter ego.
Yo, si no fuese porque a mi alrededor todo es supercalifragilisticoespialidoso -y una no puede luchar contra sus instintos- , me pediría ser como Leia, la de Star Wars, una princesa reconvertida en General de la Resistencia. Hija de la senadora Padmé Amidala y del caballero jedi Anakin Skywalker -Darth Vader para los amigos-, hermana melliza de Luke skywalker, esposa de Han Solo y madre de Kylo Ren. ¡Menuda familia!
¿Puede haber algo mejor que comportarse como Leia? Bueno, a lo mejor sí. A lo mejor el maestro jedi Yoda tiene más empaque. La mítica frase “ hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes” me tiene ganada.
Vale, cuando deje de ver el mundo, por no entenderlo, como si todo fuese supercalifragilisticoespialidoso, me pediré ser Yoda -si mi Mary Poppins interior me deja, claro-.
Y tú, ¿con qué personaje te identificas?