Todos
conocemos a personas mentirosas compulsivas, de esos mentirosos poco
creíbles y poco confiables que nada tienen que ver con los engaños
de muchos políticos“caraduras”, aunque estos últimos también
sean mentirosos poco creíbles y poco confiables. Afortunadamente hay
pocos mentirosos compulsivos y los que hay, supongo, estarán
tratándose convenientemente en las Unidades de Salud Mental, si no
quieren ser “castigados” por la Sociedad con el alejamiento y la
ausencia de amigos.
Hoy
me enfrento a una pregunta inquietante: ¿qué nos aporta al ser
humano la mentira? Evidentemente algo deber aportar para haberla
fijado en nuestro ADN. El niño aprende a mentir alrededor de los
tres años, sin que nadie se lo enseñe. Para ello, primero tiene que
distinguir la realidad de la ficción y posteriormente aprovecharse
de esa ficción para convertirla en una realidad con beneficio. Si no
hay beneficio no hay mentira. Desde que tenemos conciencia y de eso
hace ya unos miles de años, nos enfrentamos a la verdad como única
opción válida de vida, hasta que por alguna extraña razón la
mentira se convierte en un parapeto para salvaguardar nuestro yo, y
por ende, nuestra propia supervivencia.
Hemos
desarrollado la capacidad de mentir, entre otras cosas, para evitar
conflictos. Esta capacidad es innata, a veces instintiva. Hay ciertos
animales que se hacen pasar por muertos para evitar ser atacados por
otros depredadores, como un tipo de serpiente llamada Heterodon
nasicus. Entonces, ¿la mentira es otra forma más de supervivencia?
Afirmarlo con rotundidad podría ser erróneo, pero si lo pensamos, a
todos nos ha pasado alguna vez esta situación: Vamos caminando. En
la otra acera vemos venir a esa persona pesada que por cualquier
razón no nos apetece saludar y hacemos como que no la hemos visto.
Entonces él/ ella nos ve y nos saluda. Como ni miramos, se cruza de
acera y nos exclama: ¡Pero Fulanito!, ¿no ves que te estoy
saludando? Entonces, nosotros no decimos la verdad. No decimos “no
me apetecía hablar contigo” y decimos “no te había visto”.
¿Por qué no decimos la verdad? Porque esa mentira protege nuestro
ego y no produce males mayores que el de la propia mentira y porque
el vecino pesado nos importa poco, todo hay que decirlo. Otra forma
de protección del ego, es cuando mentimos para tapar nuestras
inseguridades. Son mentiras piadosas que tampoco implican daño a la
persona a la que mentimos sino más bien, sirven para curar las
heridas de nuestras debilidades. Recuerdo una vez que pregunté a un
niño de nueve años: “¿Has suspendido alguna asignatura?” y él
me respondió: “No”. Entonces, la madre le regaño por mentir
porque había suspendido tres asignaturas. Yo le pregunté la razón
por la que me había mentido y me dijo: “Es que decirte la verdad
me duele”. El no quería hacerme daño a mí con su respuesta, sino
minimizar el daño de su inseguridad. Fue una respuesta impulsiva,
probablemente no la pensó y dijo lo primero que le vino a la mente.
Aquello menos doloroso. No hubo engaño, sólo mentira. Nuestra
autoestima no es tan fuerte como para decir siempre la verdad, aunque
nos eduquen para ello. Las mentiras piadosas evitan conflictos
innecesarios y son necesarias para aumentar la supervivencia. El
engaño es otra historia. El engaño se prepara, se premedita con un
objetivo mucho más egocéntrico, sabiendo el daño que podemos
causar a la persona engañada.
La
mentira impulsiva, no pensada, puede ser perdonable; el engaño es
mucho más difícil de perdonar porque implica un desarrollo pensado
y calculado del proceso, lo que determina una pérdida de confianza
hacia el defraudador.
En
cualquier caso, cuando alguien nos importa, deberíamos decir siempre
la verdad porque como dijo un filósofo con alma divina: “la verdad
os hará libres” y aunque la mentira impulsiva esté en nuestro
ADN, la experiencia nos demostrará que la gente que nos quiere, nos
aceptará con nuestros defectos y nuestras virtudes y nos perdonará
cuando les pidamos perdón. Si tenemos seguridad en nosotros mismos,
nuestros errores serán nuestros aliados para hacernos más fuertes ,
seremos personas confiables y aquella frase de una canción antigua "
soy caballero, mi código es el honor y mi palabra vale lo que valgo
yo" será nuestra tarjeta de presentación. Con esta tarjeta se
nos abrirán todas las puertas del éxito y seremos un poco más
felices... por cierto.