jueves, 10 de julio de 2014

Yo miento, tú mientes, él miente...

Todos conocemos a personas mentirosas compulsivas, de esos mentirosos poco creíbles y poco confiables que nada tienen que ver con los engaños de muchos políticos“caraduras”, aunque estos últimos también sean mentirosos poco creíbles y poco confiables. Afortunadamente hay pocos mentirosos compulsivos y los que hay, supongo, estarán tratándose convenientemente en las Unidades de Salud Mental, si no quieren ser “castigados” por la Sociedad con el alejamiento y la ausencia de amigos.
Hoy me enfrento a una pregunta inquietante: ¿qué nos aporta al ser humano la mentira? Evidentemente algo deber aportar para haberla fijado en nuestro ADN. El niño aprende a mentir alrededor de los tres años, sin que nadie se lo enseñe. Para ello, primero tiene que distinguir la realidad de la ficción y posteriormente aprovecharse de esa ficción para convertirla en una realidad con beneficio. Si no hay beneficio no hay mentira. Desde que tenemos conciencia y de eso hace ya unos miles de años, nos enfrentamos a la verdad como única opción válida de vida, hasta que por alguna extraña razón la mentira se convierte en un parapeto para salvaguardar nuestro yo, y por ende, nuestra propia supervivencia.
Hemos desarrollado la capacidad de mentir, entre otras cosas, para evitar conflictos. Esta capacidad es innata, a veces instintiva. Hay ciertos animales que se hacen pasar por muertos para evitar ser atacados por otros depredadores, como un tipo de serpiente llamada Heterodon nasicus. Entonces, ¿la mentira es otra forma más de supervivencia? Afirmarlo con rotundidad podría ser erróneo, pero si lo pensamos, a todos nos ha pasado alguna vez esta situación: Vamos caminando. En la otra acera vemos venir a esa persona pesada que por cualquier razón no nos apetece saludar y hacemos como que no la hemos visto. Entonces él/ ella nos ve y nos saluda. Como ni miramos, se cruza de acera y nos exclama: ¡Pero Fulanito!, ¿no ves que te estoy saludando? Entonces, nosotros no decimos la verdad. No decimos “no me apetecía hablar contigo” y decimos “no te había visto”. ¿Por qué no decimos la verdad? Porque esa mentira protege nuestro ego y no produce males mayores que el de la propia mentira y porque el vecino pesado nos importa poco, todo hay que decirlo. Otra forma de protección del ego, es cuando mentimos para tapar nuestras inseguridades. Son mentiras piadosas que tampoco implican daño a la persona a la que mentimos sino más bien, sirven para curar las heridas de nuestras debilidades. Recuerdo una vez que pregunté a un niño de nueve años: “¿Has suspendido alguna asignatura?” y él me respondió: “No”. Entonces, la madre le regaño por mentir porque había suspendido tres asignaturas. Yo le pregunté la razón por la que me había mentido y me dijo: “Es que decirte la verdad me duele”. El no quería hacerme daño a mí con su respuesta, sino minimizar el daño de su inseguridad. Fue una respuesta impulsiva, probablemente no la pensó y dijo lo primero que le vino a la mente. Aquello menos doloroso. No hubo engaño, sólo mentira. Nuestra autoestima no es tan fuerte como para decir siempre la verdad, aunque nos eduquen para ello. Las mentiras piadosas evitan conflictos innecesarios y son necesarias para aumentar la supervivencia. El engaño es otra historia. El engaño se prepara, se premedita con un objetivo mucho más egocéntrico, sabiendo el daño que podemos causar a la persona engañada.
La mentira impulsiva, no pensada, puede ser perdonable; el engaño es mucho más difícil de perdonar porque implica un desarrollo pensado y calculado del proceso, lo que determina una pérdida de confianza hacia el defraudador.

En cualquier caso, cuando alguien nos importa, deberíamos decir siempre la verdad porque como dijo un filósofo con alma divina: “la verdad os hará libres” y aunque la mentira impulsiva esté en nuestro ADN, la experiencia nos demostrará que la gente que nos quiere, nos aceptará con nuestros defectos y nuestras virtudes y nos perdonará cuando les pidamos perdón. Si tenemos seguridad en nosotros mismos, nuestros errores serán nuestros aliados para hacernos más fuertes , seremos personas confiables y aquella frase de una canción antigua " soy caballero, mi código es el honor y mi palabra vale lo que valgo yo" será nuestra tarjeta de presentación. Con esta tarjeta se nos abrirán todas las puertas del éxito y seremos un poco más felices... por cierto. 

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