Los
carnavales nos dan la posibilidad de ser quienes no somos. Por unas
horas podemos convertirnos en una malvada bruja o en una inocente
hada; podemos ser desde don Quijote hasta Napoleón. Pero claro, eso
ocurre una vez al año, el resto del tiempo seguimos siendo nosotros,
que ya es bastante. Los carnavales son para la gente joven- afirmó
un hombre entrado en años cuando le pregunté si se iba a disfrazar-
Yo ya soy muy viejo para eso.
Estaba
claro que aunque probablemente fuese viejo, lo más importante
es que se sentía viejo y aún gustándole disfrazarse, se negaba a
hacerlo por algo tan irremediable como el paso del tiempo.
Hace
unos años, se ha puesto de moda llamarnos por nuestro nombre en
algunos franquicias de restaurantes y cafeterías. En concreto, en
este momento la política de “Los 100 montaditos” y “
Starbucks” es solicitar muy amablemente el nombre del cliente
y darle su bebida o comida al son del nombre facilitado por el
consumidor, adornándolo posteriormente con un “por favor” Esta
puede ser una forma más de ser quienes no somos; de tener otra
identidad, si damos un nombre falso. Evidentemente, al personal de
estos establecimientos les importa tres pitos que nos llamemos de una
manera o de otra, pero algunas veces es posible captar su atención.
Recuerdo
un día en que el camarero, con la bandeja en la mano llena de
montaditos, llamó por el micrófono: “ Yomismo, por favor”. Una
pandilla de adolescentes comenzó a reír a carcajadas mientras uno
de ellos se levantaba a por el pedido. El resto de los “parroquianos”
sonreímos de una forma comprensiva. Los jóvenes son así- dijo una
señora a su marido- ¡Bendita juventud!
Entonces,
mi mente se rebeló como lo haría uno de esos chicos nombrados por
aquella señora sentada a mi derecha, y comencé a cavilar formas de
mantener un trocito de juventud dentro de mí a pesar de las arrugas,
las canas y las desilusiones. Se trataba de “cometer” pequeños
actos de inmadurez salpicados en mi conducta adulta para endulzar la
realidad de lo cotidiano. Un viaje sorpresa, comprar una tarta donde
ponga “feliz día” simplemente porque es un feliz día sin
cumpleaños asociado, tararear una canción por la calle o mover la
cabeza al son de la música de una tienda de ropa, y por supuesto,
buscar un nombre ficticio para “Starbucks” y “los 100
montaditos”. Un nombre diferente- pensé- Uno de esos en el que el
interlocutor agudice su oído para escucharlo de nuevo por raro, pero
creíble, claro. Y sin buscarlo mucho, lo encontré.
-
Un frappuccino de vainilla, por favor.
-
Su nombre- me preguntó una chica con coletas.
-
Gretel- dije con seguridad mirándola a los
ojos.
-
¿Cómo?- me preguntó con el rotulador en la
mano, sin atreverse a poner en nombre en el vaso de plástico.
-
Gretel- repetí con la misma seguridad de
antes
Unos
minutos después, otro camarero me llamaba:
-
Frappuccino de vainilla para Gretel.
Me
acerqué a por mi bebida. El chico me la dio muy amable y yo le di
las gracias. Me senté en un taburete alto cerca de la ventana. Sorbí
el frappuchino y tras eso, una sonrisa pícara adolescente se dibujó
en mi cara de mujer madura.