Siempre
nos han contado que la vida está hecha de momentos que enlazamos y damos forma
como si fuera una pieza de arcilla. Esos momentos pueden ser buenos, malos o
regulares; todos caben en nuestra obra. Lo que muchas veces pasamos por alto,
aunque nos lo repitan hasta la saciedad, son esos pequeños momentos a los que no
damos importancia pero que convierten esta vida en un trocito de paraíso. Me
refiero a cuando estamos en casa en una tarde de lluvia, leyendo, viendo la
tele, oyendo la radio, o cada uno lo que le guste, con una mantita mientras
bebemos un café, sintiendo la tranquilidad del que no tiene más preocupaciones
en ese momento que el seguir el hilo del libro o la conversación de la radio.
Personalmente no me gusta la televisión, me parece una pérdida de tiempo, pero
conozco a personas a las que les relaja. “Hay gente pa tó” como diría el
torero. Por mi salud mental, prefiero ocupar el tiempo en otros menesteres más
productivos, aunque algunos de ellos inicialmente no lo parezcan, como los que
pasamos debajo del agua. Casi nadie, salvo aquellos cantantes habituales
de ducha, le presta la suficiente importancia al acto de bañarse. Deberíamos
valorar más este acto y no hacerlo solo como un hecho puramente higiénico.
Cuando cae el agua caliente por nuestro cuerpo desnudo, cantemos o no, la
sensación de relajación suele ser increíble, junto con el olor del gel que
puede trasportarnos al frescor salvaje de los limones del Caribe o envolvernos
en un aroma dulce de vainilla, por ejemplo. Caminar por el parque en otoño
pisando las hojas caídas, admirar la luna en sus diferentes fases, ver jugar a
los niños, observar cómo discuten por tonterías del tipo “se lo digo a mi papá
si no me dejas el juguete”, “¡eh, que me toca a mí!”, escuchar las voces de
gente anónima como ruido de fondo de cualquier bar sin prestar atención a su
contenido, notar la alegría cuando aparcamos a la primera o cuando encontramos
ese vestido que nos sentaba tan bien a mitad de precio, saborear un buen vino
con jamón en compañía de nuestros amigos…
Y así podría seguir nombrando momentos que forman parte de nuestro
quehacer habitual y a los que no valoramos lo suficiente. Por supuesto, sentirse
sano es una sensación única que solo priorizamos cuando enfermamos, pero los
seres humanos somos así: infelices porque no sabemos definir la felicidad.
Probablemente, la felicidad tenga que ver con valorar, como he escrito antes,
esos pequeños momentos de placer inmersos en esta vida injusta y misteriosa.
Probablemente tenga que ver con pintar de colores el blanco y negro de las
circunstancias adversas. Creo que lo llaman resiliencia. Seamos resilientes.
Pintemos de colores con pequeños grandes momentos los blancos y negros de las
desgracias. Seamos felices, por fin.
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