jueves, 9 de febrero de 2017

Pequeños grandes momentos

Siempre nos han contado que la vida está hecha de momentos que enlazamos y damos forma como si fuera una pieza de arcilla. Esos momentos pueden ser buenos, malos o regulares; todos caben en nuestra obra. Lo que muchas veces pasamos por alto, aunque nos lo repitan hasta la saciedad, son esos pequeños momentos a los que no damos importancia pero que convierten esta vida en un trocito de paraíso. Me refiero a cuando estamos en casa en una tarde de lluvia, leyendo, viendo la tele, oyendo la radio, o cada uno lo que le guste, con una mantita mientras bebemos un café, sintiendo la tranquilidad del que no tiene más preocupaciones en ese momento que el seguir el hilo del libro o la conversación de la radio. Personalmente no me gusta la televisión, me parece una pérdida de tiempo, pero conozco a personas a las que les relaja. “Hay gente pa tó” como diría el torero. Por mi salud mental, prefiero ocupar el tiempo en otros menesteres más productivos, aunque algunos de ellos inicialmente no lo parezcan, como los que pasamos debajo del agua.  Casi nadie, salvo aquellos cantantes habituales de ducha, le presta la suficiente importancia al acto de bañarse. Deberíamos valorar más este acto y no hacerlo solo como un hecho puramente higiénico. Cuando cae el agua caliente por nuestro cuerpo desnudo, cantemos o no, la sensación de relajación suele ser increíble, junto con el olor del gel que puede trasportarnos al frescor salvaje de los limones del Caribe o envolvernos en un aroma dulce de vainilla, por ejemplo. Caminar por el parque en otoño pisando las hojas caídas, admirar la luna en sus diferentes fases, ver jugar a los niños, observar cómo discuten por tonterías del tipo “se lo digo a mi papá si no me dejas el juguete”, “¡eh, que me toca a mí!”, escuchar las voces de gente anónima como ruido de fondo de cualquier bar sin prestar atención a su contenido, notar la alegría cuando aparcamos a la primera o cuando encontramos ese vestido que nos sentaba tan bien a mitad de precio, saborear un buen vino con jamón en compañía de nuestros amigos…  Y así podría seguir nombrando momentos que forman parte de nuestro quehacer habitual y a los que no valoramos lo suficiente. Por supuesto, sentirse sano es una sensación única que solo priorizamos cuando enfermamos, pero los seres humanos somos así: infelices porque no sabemos definir la felicidad. Probablemente, la felicidad tenga que ver con valorar, como he escrito antes, esos pequeños momentos de placer inmersos en esta vida injusta y misteriosa. Probablemente tenga que ver con pintar de colores el blanco y negro de las circunstancias adversas. Creo que lo llaman resiliencia. Seamos resilientes. Pintemos de colores con pequeños grandes momentos los blancos y negros de las desgracias. Seamos felices, por fin.

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