Mi
sobrino Jaime tiene diez años y acaba de saber, por un
despiste de su madre, la verdad del ratón Pérez y por
alusiones lo de Papá Noel y los Reyes Magos. Una ola de
desencanto ha recorrido sus neuronas, que son muchas, obligando a
reordenar la información recibida sobre este tema en
particular y sobre la vida en general. La primera conclusión a
la que ha llegado es entonar un “mea culpa” por ser tan inocente.
La segunda, que no todo lo que dicen los adultos es cierto y la
tercera que la magia no existe.
Según
mi punto de vista, de las tres conclusiones, dos son falsas y una es
verdadera.
La
primera conclusión es falsa. Culpabilizarse por “ser tan
inocente” cuando quien te da la información es alguien en
quien confías, es un error. Cuando sea mayor seguirá
sin desconfiar de las personas cercanas y no dudará de la
palabra de quien considera familia, amigo o compañero. Cierto
es que las traiciones existen pero no se puede estar todo el día
pensando en que “Fulano” o “Mengana” te puede mentir, hacerte
daño, utilizarte... a no ser que se “meta” a político
o desarrolle una personalidad paranoide o antisocial (desearía
que no pasase ni lo uno ni lo otro).
La
segunda es cierta: no todo lo que decimos es verdad. Mentimos por
muchas razones: para evitar castigos, para aumentar nuestro ego, para
salvaguardar secretos, para no hacer daño a otras personas o
al reves, para hacer daño a otras personas, y otras veces no
sabemos si mentimos o no, simplemente nos dejamos llevar por nuestra
imaginación o nuestras creencias y con el paso del tiempo nos
damos cuenta del error de defender verdades absolutas, porque casi
todas las verdades absolutas son mentiras. De todas formas, ser
honesto y no faltar a la verdad es una virtud que deberíamos
promover. Uno se siente mejor cuando dice la verdad o por lo menos,
cuando no miente. Eso hace que uno se convierta en una
persona confiable.
La
tercera es falsa. Jaime: la magia existe, solo que nos han hecho
creer que la magia tiene que ver con el consumismo, con la compra de
juguetes, de coches caros, de casas... es decir, con el dinero, por
eso os mentimos con lo de los Reyes, porque no valoramos la
verdadera magia. La verdadera magia está en la ilusión
de la “abu” cuando prepara el menú de la cena de Navidad,
en adornar la casa y poner tus siete belenes, en ver la cara de mis
sobrinos cuando “Papá Noel” les ha traído ese juguete que
tanto querían o la de mi hermano cuando este año
también le ha tocado otro pijama; está en ese
villancico desafinado de alguien de nosotros que no puedo decir pero
que te diré al oído, en disfrutar de una familia tan
maravillosa como la nuestra, en acordarse de los que ya no están
y brindar por ellos. Esa es la magia. La magia del amor. Y si miras a
tu alrededor, seguirás viendo magia: en los árboles, en
el mar, en el Universo tan lleno de estrellas, tan bien colocadas,
tan brillantes, tan bellas...En la formación y el nacimiento
de un bebé, en el cerebro de un ser humano, y si no, ¿cómo
explicamos las emociones, los sentimientos o el pensamiento? Pura
magia, y tú, como cada uno de nosotros eres un pequeño
mago. Usa tu magia para ayudar a otros a ser mejores personas, a
cuidar este planeta, a hacer el bien, y seguro que el Gran Mago te
devolverá el favor, creando otra estrella en el Universo.
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