Don
Antonio Ponce se acababa de jubilar. Había sido maestro
durante más de cuarenta años, y ahora la vida le había dado un
respiro otorgándole lo que él llamaba “un descanso inmerecido”.
Por él hubiese seguido trabajando hasta que las fuerzas le hubiesen
fallado, y estoy segura de que no le hubiesen fallado nunca.
Lo
vi hace una semana y lo saludé efusivamente. Don Antonio había sido
un gran profesional, de esos que hacen “cuajo” en la memoria.
–
¿Qué tal te va?
- me preguntó con curiosidad- Hace muchísimo que no te veía por
aquí.
Yo
le relaté los últimos acontecimientos que me habían hecho perder
la calma, como si mis problemas fuesen los más terribles del mundo.
Mi angustia se debía a dificultades en el trabajo relacionadas con
decisiones políticas impuestas, sin que ninguno de los trabajadores
pudiese cambiar nuestro destino.
Cuando
terminé de exponer mi atormentada situación, don Antonio me miró y
me tocó el hombro con cariño.
–
Así que lo que te
está pasando te parece ilegal, inmoral, injusto... Bienvenida al
mundo de los adultos. En este mundo, casi todo es ilegal, inmoral e
injusto, ¡ah!, y mentira, que no se te olvide. Casi todo es mentira.
Los políticos se corrompen, los sindicatos, los sindicatos se venden
y los compañeros de trabajo van a lo suyo; eso del “equipo” es
un invento de los sociólogos. Las personas trabajamos para nuestro
beneficio. Algunas pueden ceder pero muy poco, y con el paso del
tiempo, mucho menos, a no ser que se saque beneficio de ello. Hay
demasiadas envidias, recelos, y, además, los valores hace tiempo que
se perdieron en el baúl de los recuerdos. ¿Piensas que puedes nadar
a contracorriente? Te cansarás de remar. Cuando el río empieza a no
ser navegable, es mejor dejarse llevar por la corriente y salirse del
río cuando puedas. ¿Piensas que primero está tu dignidad? A veces
la dignidad es el silencio y tener la conciencia tranquila. Ya verás
como el tiempo descubre las verdades. No tengas prisa. Todo llega.
–
Pero si no lo
digo, me sentiré como un poco cómplice de todo esto.
–
Apártate. No te
mezcles con las malas hierbas. Seguro que habrá un trozo de tierra
donde puedas crecer entre tanta hoja marchita. Ayuda a otros a crecer
sin esperar nada a cambio. Eso te hará feliz.
–
Usted ayudó a
muchos a crecer.
–
Sí, pero luego
ellos se convirtieron en lo que quisieron ser. Todos elegimos cómo
queremos ser.
Por
un momento nos quedamos callados. Yo rompí el silencio:
–
O sea, somos lo
que elegimos ser.
–
Exactamente, esto
tiene más que ver con nuestra actitud en la vida, a pesar de los
vaivenes del destino.
Tras
esa frase, se despidió de mí con dos besos y un “hasta pronto”.
Don Antonio seguía siendo un gran maestro y yo había tenido la gran
suerte de ser su alumna.
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