Una
vez leí en un artículo entre científico y paranormal (algo común
últimamente con la poca investigación que nos están dejando
realizar los “anticrisis”), una noticia impactante: “El alma
pesa 21 gramos”. Esa era la diferencia de peso entre una persona
justo antes de morir y tras su muerte. No especificaba si este hecho
ocurría también en otros animales, porque como fuese así ¡la
jodimos tía Paca! con las religiones y creencias espirituales que
sitúan al humano como único ser con alma del Universo.
Me
parece muy arrogante pensar que en el Universo, con millones y
millones de estrellas y sus planetas y satélites incluidos, seamos
los seres humanos, la culminación de la Creación. En Rapa Nui
también pensaban lo mismo. Una isla en medio del Pacífico, ajena a
las demás civilizaciones, tan perdida en la Tierra como la Tierra lo
está del resto de las galaxias.
Cuando
se cambió el concepto de Ptolomeo por el de Copérnico, la Tierra
pasó de ser “la reina de mambo”, o sea, de que el Sol girara en
torno a ella, a ser un planeta más que giraba alrededor del Sol.
¡Vaya desilusión! Y nosotros que nos creíamos lo más de lo más.
¿Cómo habría permitido Dios semejante ofensa ante su más preciada
Creación, arrinconándonos a dar vueltas sobre un sol, haciendo lo
mismo exactamente que otros planetas vecinos? ¿Por qué no somos
diferentes? y, ¿por qué no tenemos un sitio privilegiado en el
Universo si somos tan importantes? Eso sí! , seamos justos. Nuestro
planeta es mucho más vistoso que el soso de Marte. Esos colores
rojos del planeta vecino tan iguales, tan homogéneos…
definitivamente nuestro planeta es mucho más vistoso, pero eso no
significa que dejemos de ser una miniatura en un lugar lleno de
galaxias y planetas y como no vamos a poder verlos todos para poder
comparar con el nuestro, no sabremos si hay mejores. Tiene su parte
buena, podremos alardear de pertenecer al planeta más bonito que
conocemos. Aun así, y para que se nos quite la prepotencia propongo
un ejercicio práctico:
Salgamos
al campo o a una playa cuando haya una noche clara, sin nubes.
Tumbémonos mirando al cielo (aquellos que no puedan ver con los ojos
tendrán que llevarse a alguien de confianza). Respiremos
profundamente, sintiendo la vivencia del momento: ese espectáculo de
ver el Universo en su esplendor. Eso nos sobraría para alucinar sin
necesidad de ninguna otra droga y nos saldría mucho más barato.
Después de haber alucinado con el espectáculo, sintámonos parte de
algo impresionante hecho por Dios, por Alá, o por lo que cada uno
prefiera llamarlo, pero notando también que nosotros estamos en un
pequeño planeta y somos una infinita parte de esa superproducción
hollywoodiense.
Si después de haber reflexionado, alguien se sigue viendo como el centro del Universo, allá él o ella; cada uno se miente como puede.
Si después de haber reflexionado, alguien se sigue viendo como el centro del Universo, allá él o ella; cada uno se miente como puede.
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