martes, 24 de septiembre de 2013

De los que tenemos alma o algo parecido

Una vez leí en un artículo entre científico y paranormal (algo común últimamente con la poca investigación que nos están dejando realizar los “anticrisis”), una noticia impactante: “El alma pesa 21 gramos”. Esa era la diferencia de peso entre una persona justo antes de morir y tras su muerte. No especificaba si este hecho ocurría también en otros animales, porque como fuese así ¡la jodimos tía Paca! con las religiones y creencias espirituales que sitúan al humano como único ser con alma del Universo.
Me parece muy arrogante pensar que en el Universo, con millones y millones de estrellas y sus planetas y satélites incluidos, seamos los seres humanos, la culminación de la Creación. En Rapa Nui también pensaban lo mismo. Una isla en medio del Pacífico, ajena a las demás civilizaciones, tan perdida en la Tierra como la Tierra lo está del resto de las galaxias.
Cuando se cambió el concepto de Ptolomeo por el de Copérnico, la Tierra pasó de ser “la reina de mambo”, o sea, de que el Sol girara en torno a ella, a ser un planeta más que giraba alrededor del Sol. ¡Vaya desilusión! Y nosotros que nos creíamos lo más de lo más. ¿Cómo habría permitido Dios semejante ofensa ante su más preciada Creación, arrinconándonos a dar vueltas sobre un sol, haciendo lo mismo exactamente que otros planetas vecinos? ¿Por qué no somos diferentes? y, ¿por qué no tenemos un sitio privilegiado en el Universo si somos tan importantes? Eso sí! , seamos justos. Nuestro planeta es mucho más vistoso que el soso de Marte. Esos colores rojos del planeta vecino tan iguales, tan homogéneos… definitivamente nuestro planeta es mucho más vistoso, pero eso no significa que dejemos de ser una miniatura en un lugar lleno de galaxias y planetas y como no vamos a poder verlos todos para poder comparar con el nuestro, no sabremos si hay mejores. Tiene su parte buena, podremos alardear de pertenecer al planeta más bonito que conocemos. Aun así, y para que se nos quite la prepotencia propongo un ejercicio práctico:

Salgamos al campo o a una playa cuando haya una noche clara, sin nubes. Tumbémonos mirando al cielo (aquellos que no puedan ver con los ojos tendrán que llevarse a alguien de confianza). Respiremos profundamente, sintiendo la vivencia del momento: ese espectáculo de ver el Universo en su esplendor. Eso nos sobraría para alucinar sin necesidad de ninguna otra droga y nos saldría mucho más barato. Después de haber alucinado con el espectáculo, sintámonos parte de algo impresionante hecho por Dios, por Alá, o por lo que cada uno prefiera llamarlo, pero notando también que nosotros estamos en un pequeño planeta y somos una infinita parte de esa superproducción hollywoodiense.
Si después de haber reflexionado, alguien se sigue viendo como el centro del Universo, allá él o ella; cada uno se miente como puede.

No hay comentarios:

Publicar un comentario