domingo, 29 de septiembre de 2013

Un poco de ortografía, por favor

Varón, 36 años, 1,80 cms de estatura, 85 kg de peso, moreno, ojos verdes. Parece que estoy describiendo el retrato robot de un hombre buscado por la ley, pero no. Es el retrato real de un hombre que se me acercó en un pub a las tres de la madrugada de un sábado cualquiera de septiembre. Llevaba una camiseta azul con un lagarto bordado y unos pantalones vaqueros de una marca americana, una sonrisa amplia con unos dientes perfectamente alineados y un olor a colonia cara, pero no de las de imitación: de las caras, caras de verdad.
Se me acercó y me preguntó algo superficial. Por la noche, en esos sitios, las conversaciones suelen iniciarse con temas superficiales, después, la noche o el alcohol, puede hacerlas derivar hacia lo que cada uno quiera. En el caso que nos ocupa, la conversación comenzó por un “vienes mucho por aquí”, a lo que respondí un “no mucho”. Continuamos hablando. Me gustaban sus ojos y su sonrisa. Creo que yo también le gustaba a él, porque estuvimos hablando más de una hora. El tiempo es un yoyó, cuando las situaciones son placenteras parece acortarse, para alargarse cuando estamos viviendo momentos angustiosos. Aquella hora me pareció divertida y el tiempo parecía correr más rápido. Hablamos de muchos temas. Irremediablemente salió el tema del trabajo. Siempre sale, tarde o temprano. No es un tema importante, pero es algo que forma parte de nosotros y la mayoría de las veces nos gusta hablar de ello, aunque ahora, con el desempleo por las nubes muchos no quieran ahondar en la herida. Este hombre, en cuestión, trabajaba en una empresa familiar. Cuando acabó la EGB, no quiso seguir estudiando porque no le gustaba estudiar y además, tenía trabajo asegurado con su familia. Tal como me lo pintó, el negocio les iba bien y ya se había comprado un piso y un coche de alta gama. Pues me alegro mucho- dije. Y de verdad me alegraba. Cuando alguien se siente feliz por los logros conseguidos honradamente, sean materiales o espirituales, me alegro. No siento envidia por no tener un piso mejor o un coche mejor. Cada uno en la vida pone prioridades y entre las mías, de momento, no está el lujo, aunque quien sabe, lo mismo me toca una primitiva y cambio los valores. El dinero, aunque digan lo contrario, cambia a las personas. Lo compra casi todo. Lo más importante no puede comprarlo, pero actualmente lo más importante empieza a ser lo más prescindible. De esos temas transcendentales no hablamos; las primeras pinceladas cuando conoces a alguien casi siempre suelen ser para enfocar la situación.
Yo seguía conversando con él, cuando sin darme cuenta, había pasado una hora más y vinieron mis amigas a decirme que se marchaban. Néstor, así se llamaba, notó mi poca predisposición a quedarme con él y se despidió de mí con un “hasta pronto”. Nos intercambiamos los teléfonos y me propuso una cita en una nueva tetería del centro. Te llamaré- exclamó. ¡Vale!- respondí y nos dimos dos besos de despedida.
En el taxi de vuelta, el teléfono sonó brevemente. Era un whatsapp de Néstor. Decía así: “me a gustado mucho conocerte. Haver si nos vemos pronto”. No quiero pecar de estirada pero me incomodan las faltas graves de ortografía. Es cierto que el castellano es un idioma con muchas reglas y excepciones y algunas veces no sabemos muy bien cómo se escribe tal o cual palabra y las tildes ni nombrarlas, muchas veces se nos olvida ponerlas, a mí la primera. A todos nos pasa, pero hay faltas de ortografía que no deberían cometerse si hemos pasado por un colegio. Se supone que hemos invertido 10 años (ahora 12) estudiando nuestro idioma. ¿De quién es la culpa que un chico con 14 años, saliera de la EGB con esas lagunas ortográficas? Estoy segura que la ESO no es mucho mejor y a pesar de estar dos años más estudiando, alguno de esos chicos de ahora sigue escribiendo mal el idioma. No es sólo la falta de conocimiento del idioma, sino todo lo que conlleva: seguramente tampoco conocerá la historia de su país, ni la geografía, ni las cosas básicas que se supone debería saber para enfrentarse a la vida con soltura. Muchos niños de la época franquista no tuvieron más narices que dejar los estudios, porque en la posguerra la pobreza y el hambre jugaron un papel decisivo en el futuro de esos niños. No tuvieron otra opción, pero fueron hombres y mujeres con mucha más dignidad que muchos de los veinteañeros o treintañeros actuales. Muchos de los chicos de esta época se han pasado la educación obligatoria por el forro. Actualmente hay un 30% de adolescentes con fracaso escolar, o sea, se van con 16 años del Instituto sin el título de la ESO. Tendremos que reflexionar sobre esto, saber dónde radica el problema y solucionarlo de algún modo.
He conocido a ancianos casi analfabetos con más cultura que los susodichos antes mencionados. Ancianos a los que la vida sólo les dio manos para trabajar honradamente y amas de casa que crearon un hogar lleno de esperanza para las generaciones sucesivas. Los admiro porque supieron levantar una España, rota por la guerra, a fuerza de esfuerzo y de sacrificio. Estos pueden escribir como les dé la gana, o no saber escribir y seguirán siendo respetados por todos nosotros. Se lo han ganado a pulso, pero en una España donde la educación es obligatoria y gratuita si se quiere (y ojalá siga siendo así por muchos años) no es de recibo escribir “Haver” a no ser que se tenga tantas copas en el cuerpo como para confundir las letras y éste no fue el caso, doy fe. Así que, Néstor, cuando aprendas a escribir, hablamos. 

1 comentario:

  1. La ortografía no enamora pero no me veo con alguien que me quiera "aser la persona mas felis del mundo"

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