Hubo
una vez en que me perdí y no sabía volver a Kansas. Aunque lo programé y
escribí Kansas con todas las opciones gramaticales posibles, mi GPS me repetía
una y otra vez “recalculando ruta” y no lograba encontrar el camino exacto. Mi
agotamiento iba en aumento a la par que la desesperación de sentirme perdida, así que, decidí ir a Oz
a buscar al mago. Me puse los chapines rojos y siguiendo el camino de baldosas
amarillas inicié la marcha al son de la canción: “because, because, because, because of the wonderful things he does”.
Estuve
andando un día y otro y otro. Sólo descansaba para comer y dormir (para otras
cosas fisiológicas también, pero en un cuento no se dicen) y por fin, cuando la
tierra dejó paso al mar, cuando el horizonte pudo tocarse con las manos y el arco iris surcaba el cielo sin lluvia,
entonces, a lo lejos, vi un cartel que ponía “Bienvenidos a Oz”.
Lo
primero que hice al llegar a Oz fue buscar un hotel céntrico para darme una
ducha. Una cosa es la coquetería y otra muy distinta es el desaseo. La
recepcionista, muy amable, me prestó un peine. También me regaló un frasquito
de colonia, sin que yo se lo pidiera. No
quiero ni pensar cómo me vio ni cómo me olió.
Cuando bajé de la habitación, duchada, perfumada y con mis coletas
perfectamente peinadas, le pregunté si sabía cómo podía encontrar al mago. Mi
sorpresa fue mayúscula cuando me dijo que el mago venía a la cafetería del
hotel, porque sabía que yo estaba allí.- ¡Es un mago!- exclamó la recepcionista al ver mi cara de poker- Los magos lo saben todo.
Con una mueca parecida a una sonrisa me indicó unos sillones colocados en una zona alejada del tránsito de las personas alojadas. Me senté en uno de ellos y allí esperé. Media hora después apareció el mago. Lo supe porque tenía una túnica azul con estrellas pintadas. No cabía duda, era él. Me lo hubiese imaginado más viejo o más feo, pero este mago no era ninguna de las dos cosas. Me levanté para saludarlo. Se sentó en el sillón contiguo al mío. De repente me quedé sin palabras. No sabía cómo empezar la conversación y me lancé, hablando sin parar sobre temas inconexos. El me miraba sin articular palabra. ¡Normal! , no le dejaba establecer un diálogo. Entre las palabras a destacar de aquel monólogo sin fuste, mi voz repetía “Kansas”, “perdida”, “ayuda” y otras más que no recuerdo. Sólo dejaba mi discurso para tomar pequeños sorbos de tila. Menos mal que en Oz conocen la tila- pensé.
Aprovechando un momento de debilidad en mi interlocución, el mago resumió mi discurso:
– No sabes volver a tu casa, ¿verdad? Vamos a ver cómo puedo ayudarte.
Sacó un paquete de tabaco de un bolsillo y encendió un cigarro.
- ¿Has venido sola?- me preguntó mientras echaba humo por la boca.
Yo asentí con la cabeza.
– ¿Usted fuma?- pregunté, asumiendo lo absurdo de mi pregunta.
– A ver, Dorita, cuando alguien enciende un cigarro y echa humo por la boca, efectivamente, fuma. Muchas veces estamos viendo lo que ocurre a nuestro alrededor y seguimos preguntándonos si realmente está ocurriendo. Nos empeñamos en buscarle tres pies al gato. Lo obvio no admite discusión. Probablemente no quieras preguntarme si fumo, sino por qué fumo. Si quieres, vuelve a reconducir la pregunta o cállate.
– Discúlpeme, no era mi intención incomodarlo.
– A lo que vamos... para volver a tu casa necesitas a tus amigos. ¿Dónde está el hombre de hojalata, el león y el espantapájaros? Sin ellos no podrás volver.
– No lo sé. No los he visto. Usted es mago, sabrá donde están.
Sus ojos me miraron como diciendo ”esta chica es tonta de remate”, pero echó otra bocanada de humo y continuó:
– Ellos están dentro de ti, pero aún no lo sabes. La inteligencia, el valor y el corazón son las armas que necesitarás para volver a tu casa y lo que es más importante, para no perderte nunca, a no ser que quieras perderte, claro. La inteligencia para resolver los problemas que se te planteen en la vida, el valor para enfrentarte a ellos y el corazón para guardar los sentimientos creados dependiendo de tus decisiones o de los acontecimientos que vayan sucediéndote ajenos a tu control. Ah, y tus chapines rojos, claro. Con ellos has llegado hasta mí. Simbolizan la seguridad en ti misma. Tu autoestima. Sin ella nos volvemos débiles y vulnerables ante cualquier contratiempo. La autoestima nos ayuda a perdonarnos, a aceptar nuestros defectos y a querernos tal y como somos. Es como una buena madre; aunque nos regañe cuando nos portamos mal, siempre es compasiva con nosotros y no nos cambiaría por nada ni por nadie porque somos lo mejor que le ha pasado en su vida. Por cierto, ¿tú no tenías un perro?
– ¡Totó!
– Pues to-to tócame los... jajaja
– ¡Yo a usted no tengo porqué tocarle nada! - exclamé indignada- ¡Será maleducado!
– ¡No admites una broma! El sentido del humor es un punto clave para ser feliz. En fin... La fidelidad del perro es tu propia fidelidad como persona. Es tu integridad como ser humano. Tener cerca a Totó, te ayudará a saber quién eres, cómo eres y cuál es tu opinión sobre los diferentes aspectos de la vida. ¡Hazte preguntas! ¡Estructura tu forma de vida! Pero no hagas el puzle entero. La rigidez no ayuda a aprender. Deja piezas sin montar, sueltas, por si acaso las incorporas a tu estilo de vida con el paso del tiempo, o por si quieres salirte del camino cuando te apetezca. Las ideas sobrevaloradas nos pueden llevar a engaño. Conócete a ti misma- como aconseja el filósofo. Esa fidelidad hacia ti, te permitirá saber volver cuando te alejes de tus valores.
- No entiendo la relación de la vida con el tarot, a menos que usted se refiera a algo metafórico.
- Algo así. Esa capacidad camaleónica es buena, sabiendo quién eres en realidad y es mala, si vas dando tumbos por la vida sin orden ni concierto. No se trata de controlar los sentimientos. Uno siente, no analiza; se trata de vivir, pensar, sentir y actuar conforme a tus valores. Pueden o no ser similares a los valores de los demás, pero es tu filosofía de vida. Tan válida como cualquier otra. ¡Equivócate tú! ¡Acierta tú! ¡Redirige tu vida, tú!
– Usted es un mago diferente. Pensaba que haría magia y me devolvería a Kansas.
– ¿Magia? Si quieres puedo hacerte magia. Si paso la noche contigo en el hotel, puedo echarte unos polvos y luego desaparecer.
– ¡Vaya un chiste malo!
– Ahora en serio- dijo, acariciándome la cara- puedo dormir contigo sin que pase nada. Sólo dormir abrazados.
Yo estaba asombrada. No sabía cómo reaccionar. Lo miré con una mezcla de asombro y pánico escénico, aunque reconozco que su proposición me gustó. Sentirse deseada es un halago.
– Usted me gusta mucho, de verdad- le expliqué casi sin mirarlo a los ojos- pero yo no estoy preparada para dormir con usted, así de primeras. Apenas lo conozco y aunque confío en su palabra. .. no pasará nada, lo sé, pero verá... yo.
– ¿Confías en que no pasará nada?- preguntó riendo- ¡Pues no confíes! Cuando un hombre te diga: ”no va a pasar nada” o “sólo quiero abrazarte” y patatín y patatán, no te lo creas. A poco que te descuides ¡Zas! Son nuestros instintos. No podemos prescindir de ellos ni deberíamos. En cuanto miramos a las... coletas se nos va el raciocinio.
– ¡Es usted un borde! Y deje de mirar mis.... coletas. Los ojos los tengo más arriba.
– ¡Ay alma cándida! Una mujer hecha y derecha como tú, con más años...
– ¡Cállese!
Ya
no pude seguir hablando. Me agarró con ímpetu y me dio un beso tan apasionado
que casi me deja sin respiración. Cerré
los ojos por inercia y al abrirlos oí
una voz familiar:
– Dorita,
cariño, ¿cómo estás? Has pasado toda la noche delirando. Has tenido mucha
fiebre.Mi tía Em se encontraba sentada en mi cama, colocando un paño con agua fría en mi frente.
– ¡Ay tía!- dije aún somnolienta- he tenido un sueño rarísimo. Estaba perdida. No sabía volver a Kansas y fui a buscarlo. Entonces...
– Descansa- me susurró – todo ha sido un sueño. Ya pasó. Por cierto, esta mañana han traído un regalo para ti. Está ladrando mucho, pero parece muy simpático. Aún es un cachorro.
– ¿Un perro?
Me sorprendí preguntando lo obvio.
– ¡Sí!- asintió mi tía- y lo curioso es que ya tiene nombre. Se llama Totó. Lleva una placa en el cuello con ese nombre. Venía en una cesta. En la cesta también había un sobre cerrado. Te lo he traído.
Me incorporé en la cama y cogí el sobre. Intenté aparentar serenidad. El pulso se me aceleraba por momentos. Abrí el sobre. Dentro había una hoja en blanco con un par de frases que me hicieron reír a carcajadas, mientras las leía para mis adentros. Ponía:
To-
to tócame los....
¿Y
si el mago fuese a buscar a Dorita?
Mi
tía se abstuvo de saber cuál era el motivo de mi reacción. Mis ojos hablaban.
Me dio un beso en la mejilla y se fue hacia la cocina sonriendo.
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