jueves, 7 de noviembre de 2013

Mi maestra y su fe

Yo tenía nueve años. Mi maestra doña Esperanza (he cambiado el nombre para salvaguardar su identidad) nos ponía en pie todos los días antes de salir de clase y nos hacía rezar el Padrenuestro. Felipe González ya había sido nombrado Presidente del Gobierno y aunque nuestro colegio era público, las costumbres en vida del dictador aún persistían, dando sus últimos coletazos antes de convertirse en lo que hoy representan: recuerdos de una época gris. Las dictaduras siempre son así, da igual si la mano está abierta o el puño cerrado. Son grises, llenas de ciudadanos con valores impuestos a los que el raciocinio se les marchita a punta de pistola. Tus propios vecinos pueden ser espías del Régimen y nadie está a salvo de una inspección rutinaria. En las dictaduras, la palabra “libertad” sólo existe cuando después de la palabra “con”, aparece el nombre del dictador; fuera de ahí, esa palabra es un peligro para la construcción del proyecto totalitario y lo mejor es aniquilar al pensante. En la Dictadura de Franco, la Iglesia Católica se fusionaba con el poder del Gobierno. Un buen español tenía que ser un buen católico.
Mi maestra, Doña Esperanza era católica por convencimiento, no por imposición. En mayo, llevábamos flores a un retablo de la Virgen María; hacíamos representaciones teatrales de la aparición de Fátima a los ancianos del asilo y en Navidad, organizábamos festivales de villancicos.

Mi memoria la recuerda de una forma muy entrañable. Tenía hacia nosotros una disciplina cariñosa. Jamás usó castigos físicos para reprender nuestra conducta. A pesar de su seriedad y su aspecto enjuto tenía un gran corazón. Su apariencia distaba mucho de lo que se entiende o se entendía por femenino. Nunca la vi con falda, ni maquillada. Su pelo canoso (mi maestra rozaba la cincuentena) cortado a lo “garçon”, conjuntaba con unas gafas de pasta negra, dando ese aspecto varonil que a nosotras por desconocer las causas que lo propiciaban nos parecía simplemente habitual. Actualmente las tendencias de la moda han cambiado. Bimba Bosé, por ejemplo, sabe jugar muy bien con ese aspecto ambiguo, sin que eso suponga una orientación sexual determinada, pero hace unas décadas la moda estaba más separada y se notaba más lo diferente.
Doña Esperanza vivía con doña Rosa, otra maestra que daba clase a tercero de E.G.B. Doña Rosa, también católica, de misa diaria y rosario nocturno, era más jovial. Siempre acudía a clase con los labios pintados de rosa magenta. Ese color alumbraba su sonrisa y lo destacaba del resto de su expresión. Al revés que su amiga, ella casi nunca usaba pantalones. Sus vestidos eran de colores alegres, acorde con su personalidad extravertida.
En nuestra mente infantil, aún no existía la diferencia entre vivir juntas y compartir piso. Nadie nos habló de que ese tipo de relaciones pudiesen existir. Era un tema oculto para la sociedad. La Dictadura se había cebado con los actos“contra natura”, juzgando la forma de amar. De nada valían las clases de Historia, donde griegos y romanos practicaban sexo diferente sin que eso supusiera un alejamiento de los dioses. La homosexualidad fue considerada como una enfermedad mental hasta 1973. Si alguien se sentía atraído por otra persona del mismo sexo, el diagnóstico estaba claro: era un enfermo mental. Lo argumentaban poniendo la reproducción como bandera, y claro, lo más importante en los animales es la reproducción. Se les olvidaba que nosotros somos animales algo más evolucionados (no mucho más, la verdad) que los demás y nuestros circuitos cerebrales son mucho más complejos. Nuestra sexualidad no es tan simple. La parte instintiva se ha mezclado con la parte emocional. Instinto y sentimientos se mezclan. La atracción sexual ya no cumple un papel puramente reproductor. El informe Kinsey derrumbó mitos y asustó a muchos en los años cincuenta. Uno puede sentirse atraído por alguien de su mismo sexo en un momento de la vida y no ser homosexual. El erotismo de la imaginación está lleno de color; no todo es blanco o negro, sobre todo desde que la Democracia nos ha permitido separar el Estado de la Iglesia y ahora, nuestros pensamientos son más íntimos y libres de pecado.



Entre los dogmas de las religiones, hay una imposición de normas de vida para sus fieles. Les dicen cuándo, cómo y con quién pueden o no practicar sexo. La de la media luna, además es un infierno para la mujer, condenándola al ostracismo, pero no soy yo, ajena a ella, quien tendrá que cambiar las reglas de esta religión machista, sino las propias mujeres que están dentro de ellas, si las dejan. En la mayoría de esos países árabes, religión y Estado forman un sólo bloque, dando normas a sus ciudadanos impuestas por la fe, como lo ha estado en nuestro país hasta hace treinta años. A nosotros ya no nos da miedo pensar. Bueno, escribo esto con el respaldo de la libertad de expresión de la Democracia; a ver quién es el guapo que se atrevería a firmarlo en 1950. Nadie osaba retar a los mandatarios de la época, bueno, casi nadie en su sano juicio o con poco valor por su vida y plantearles que uno podía practicar sexo con quien, o de la forma que uno viese más conveniente (siempre adultos, claro y relaciones consentidas) sin tener que pasar por la vicaría y sin la necesidad de ser diagnosticado como enfermo mental por parte de un psiquiatra. De todas formas, ¡Vaya importancia le han dado al sexo como pecado placentero! ¡Qué manía le tienen! Hasta hay un mandamiento que censura los pensamientos impuros: el noveno. ¡¡Los pensamientos!! A ver qué daño hace uno y a quién, pensando tener una aventura con el vecino o vecina del quinto. Hablando del quinto, el quinto mandamiento, no matarás, lo han obviado, o parece que tienen mala memoria. Santiago“matamoros”, patrón de España, no pasó a la Historia precisamente por sus plegarias. Son las contradicciones de las religiones, creadas por los humanos, mortales y contradictorios, aunque para un porcentaje de la población hayan sido creadas por Dios a través de los hombres. Si esto es así, Dios se contradice. No se puede santificar a personas que han matado a otras personas, aunque sea para preservar la fe. ¿Creemos en un dios engreído que evalúa el amor que le tiene Abraham poniendo en riesgo la vida de un niño inocente? ¿O en un dios que castiga con plagas e inundaciones matando a diestro y siniestro a las personas que él mismo ha creado? Reflexionemos. O partimos la Biblia en dos y nos quedamos sólo con el Nuevo Testamento, o algo no cuadra...

Pienso en mi maestra y me aterra la idea de que estas mismas contradicciones surgidas entre los sentimientos hacia otra mujer y lo que se supone debería hacer por su condición de católica, le hiciesen sufrir y poner en la balanza su fe o su amor. Pensar que iría al infierno de cabeza, compartiendo espacio con asesinos, violadores y malvados, solamente por amar de una forma menos habitual era como para pensárselo dos veces antes de seguir con aquella conducta supuestamente “pecaminosa”. Muy valiente fue mi maestra eligiendo el amor prohibido en pos de la vida eterna. Ahora, ya en el otro lado, deseo un cielo para ella y no un infierno, si es que hay infierno más allá de esta vida y cielo más allá de nuestra fantasía.
Hace unos años, la dama del “relaxing cup”hizo una comparación para justificar la no legalización del matrimonio homosexual, con la mezcla de peras y manzanas; muy ecologista, ella, con el símil. No sé si doña Esperanza era la pera y Doña Rosa la manzana o al revés, pero dos personas adultas que se quieren, sean peras o manzanas, juntas o mezcladas, tienen derecho a casarse y a tener los mismos derechos que cualquier otro tipo de fruta. Hay una negación intrínseca por parte de algunos, a este tipo de relaciones mezcladas manzanas-peras y lo traducen en que el acto no puede ser llamado “matrimonio”,por un concepto etimológico derivado del latín “mater”, o algo así. En cualquier caso, son excusas baratas para la ocultar su homofobia, simplemente porque... ¿Por qué? ¿No es el amor igual para todos? Por cierto, con la de frutas que hay, siempre tiene que salir a colación la fruta prohibida. Ese subconsciente... Cuidado con esos pensamientos, dama, o tendrá que pasar por el confesionario. Ay ese noveno mandamiento...

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