Yo
tenía nueve años. Mi maestra doña Esperanza (he cambiado el nombre
para salvaguardar su identidad) nos ponía en pie todos los días
antes de salir de clase y nos hacía rezar el Padrenuestro. Felipe
González ya había sido nombrado Presidente del Gobierno y aunque
nuestro colegio era público, las costumbres en vida del dictador aún
persistían, dando sus últimos coletazos antes de convertirse en lo
que hoy representan: recuerdos de una época gris. Las dictaduras
siempre son así, da igual si la mano está abierta o el puño
cerrado. Son grises, llenas de ciudadanos con valores impuestos a los
que el raciocinio se les marchita a punta de pistola. Tus propios
vecinos pueden ser espías del Régimen y nadie está a salvo de una
inspección rutinaria. En las dictaduras, la palabra “libertad”
sólo existe cuando después de la palabra “con”, aparece el
nombre del dictador; fuera de ahí, esa palabra es un peligro para la
construcción del proyecto totalitario y lo mejor es aniquilar al
pensante. En la Dictadura de Franco, la Iglesia Católica se
fusionaba con el poder del Gobierno. Un buen español tenía que ser
un buen católico.
Mi
maestra, Doña Esperanza era católica por convencimiento, no por
imposición. En mayo, llevábamos flores a un retablo de la Virgen
María; hacíamos representaciones teatrales de la aparición de
Fátima a los ancianos del asilo y en Navidad, organizábamos
festivales de villancicos.
Mi memoria la recuerda de una forma muy entrañable. Tenía hacia nosotros una disciplina cariñosa. Jamás usó castigos físicos para reprender nuestra conducta. A pesar de su seriedad y su aspecto enjuto tenía un gran corazón. Su apariencia distaba mucho de lo que se entiende o se entendía por femenino. Nunca la vi con falda, ni maquillada. Su pelo canoso (mi maestra rozaba la cincuentena) cortado a lo “garçon”, conjuntaba con unas gafas de pasta negra, dando ese aspecto varonil que a nosotras por desconocer las causas que lo propiciaban nos parecía simplemente habitual. Actualmente las tendencias de la moda han cambiado. Bimba Bosé, por ejemplo, sabe jugar muy bien con ese aspecto ambiguo, sin que eso suponga una orientación sexual determinada, pero hace unas décadas la moda estaba más separada y se notaba más lo diferente.
Doña Esperanza vivía con doña Rosa, otra maestra que daba clase a tercero de E.G.B. Doña Rosa, también católica, de misa diaria y rosario nocturno, era más jovial. Siempre acudía a clase con los labios pintados de rosa magenta. Ese color alumbraba su sonrisa y lo destacaba del resto de su expresión. Al revés que su amiga, ella casi nunca usaba pantalones. Sus vestidos eran de colores alegres, acorde con su personalidad extravertida.
En nuestra mente infantil, aún no existía la diferencia entre vivir juntas y compartir piso. Nadie nos habló de que ese tipo de relaciones pudiesen existir. Era un tema oculto para la sociedad. La Dictadura se había cebado con los actos“contra natura”, juzgando la forma de amar. De nada valían las clases de Historia, donde griegos y romanos practicaban sexo diferente sin que eso supusiera un alejamiento de los dioses. La homosexualidad fue considerada como una enfermedad mental hasta 1973. Si alguien se sentía atraído por otra persona del mismo sexo, el diagnóstico estaba claro: era un enfermo mental. Lo argumentaban poniendo la reproducción como bandera, y claro, lo más importante en los animales es la reproducción. Se les olvidaba que nosotros somos animales algo más evolucionados (no mucho más, la verdad) que los demás y nuestros circuitos cerebrales son mucho más complejos. Nuestra sexualidad no es tan simple. La parte instintiva se ha mezclado con la parte emocional. Instinto y sentimientos se mezclan. La atracción sexual ya no cumple un papel puramente reproductor. El informe Kinsey derrumbó mitos y asustó a muchos en los años cincuenta. Uno puede sentirse atraído por alguien de su mismo sexo en un momento de la vida y no ser homosexual. El erotismo de la imaginación está lleno de color; no todo es blanco o negro, sobre todo desde que la Democracia nos ha permitido separar el Estado de la Iglesia y ahora, nuestros pensamientos son más íntimos y libres de pecado.
Entre
los dogmas de las religiones, hay una imposición de normas de vida
para sus fieles. Les dicen cuándo, cómo y con quién pueden o no
practicar sexo. La de la media luna, además es un infierno para la
mujer, condenándola al ostracismo, pero no soy yo, ajena a ella,
quien tendrá que cambiar las reglas de esta religión machista, sino
las propias mujeres que están dentro de ellas, si las dejan. En la
mayoría de esos países árabes, religión y Estado forman un sólo
bloque, dando normas a sus ciudadanos impuestas por la fe, como lo ha
estado en nuestro país hasta hace treinta años. A nosotros ya no
nos da miedo pensar. Bueno, escribo esto con el respaldo de la
libertad de expresión de la Democracia; a ver quién es el guapo que
se atrevería a firmarlo en 1950. Nadie osaba retar a los mandatarios
de la época, bueno, casi nadie en su sano juicio o con poco valor
por su vida y plantearles que uno podía practicar sexo con quien, o
de la forma que uno viese más conveniente (siempre adultos, claro y
relaciones consentidas) sin tener que pasar por la vicaría y sin la
necesidad de ser diagnosticado como enfermo mental por parte de un
psiquiatra. De todas formas, ¡Vaya importancia le han dado al sexo
como pecado placentero! ¡Qué manía le tienen! Hasta hay un
mandamiento que censura los pensamientos impuros: el noveno. ¡¡Los
pensamientos!! A ver qué daño hace uno y a quién, pensando tener
una aventura con el vecino o vecina del quinto. Hablando del quinto,
el quinto mandamiento, no matarás, lo han obviado, o parece que
tienen mala memoria. Santiago“matamoros”, patrón de España, no
pasó a la Historia precisamente por sus plegarias. Son las
contradicciones de las religiones, creadas por los humanos, mortales
y contradictorios, aunque para un porcentaje de la población hayan
sido creadas por Dios a través de los hombres. Si esto es así, Dios
se contradice. No se puede santificar a personas que han matado a
otras personas, aunque sea para preservar la fe. ¿Creemos en un dios
engreído que evalúa el amor que le tiene Abraham poniendo en riesgo
la vida de un niño inocente? ¿O en un dios que castiga con plagas e
inundaciones matando a diestro y siniestro a las personas que él
mismo ha creado? Reflexionemos. O partimos la Biblia en dos y nos
quedamos sólo con el Nuevo Testamento, o algo no cuadra...
Pienso
en mi maestra y me aterra la idea de que estas mismas contradicciones
surgidas entre los sentimientos hacia otra mujer y lo que se supone
debería hacer por su condición de católica, le hiciesen sufrir y
poner en la balanza su fe o su amor. Pensar que iría al infierno de
cabeza, compartiendo espacio con asesinos, violadores y malvados,
solamente por amar de una forma menos habitual era como para
pensárselo dos veces antes de seguir con aquella conducta
supuestamente “pecaminosa”. Muy valiente fue mi maestra eligiendo
el amor prohibido en pos de la vida eterna. Ahora, ya en el otro
lado, deseo un cielo para ella y no un infierno, si es que hay
infierno más allá de esta vida y cielo más allá de nuestra
fantasía.
Hace unos años, la dama del “relaxing cup”hizo una comparación para justificar la no legalización del matrimonio homosexual, con la mezcla de peras y manzanas; muy ecologista, ella, con el símil. No sé si doña Esperanza era la pera y Doña Rosa la manzana o al revés, pero dos personas adultas que se quieren, sean peras o manzanas, juntas o mezcladas, tienen derecho a casarse y a tener los mismos derechos que cualquier otro tipo de fruta. Hay una negación intrínseca por parte de algunos, a este tipo de relaciones mezcladas manzanas-peras y lo traducen en que el acto no puede ser llamado “matrimonio”,por un concepto etimológico derivado del latín “mater”, o algo así. En cualquier caso, son excusas baratas para la ocultar su homofobia, simplemente porque... ¿Por qué? ¿No es el amor igual para todos? Por cierto, con la de frutas que hay, siempre tiene que salir a colación la fruta prohibida. Ese subconsciente... Cuidado con esos pensamientos, dama, o tendrá que pasar por el confesionario. Ay ese noveno mandamiento...
Hace unos años, la dama del “relaxing cup”hizo una comparación para justificar la no legalización del matrimonio homosexual, con la mezcla de peras y manzanas; muy ecologista, ella, con el símil. No sé si doña Esperanza era la pera y Doña Rosa la manzana o al revés, pero dos personas adultas que se quieren, sean peras o manzanas, juntas o mezcladas, tienen derecho a casarse y a tener los mismos derechos que cualquier otro tipo de fruta. Hay una negación intrínseca por parte de algunos, a este tipo de relaciones mezcladas manzanas-peras y lo traducen en que el acto no puede ser llamado “matrimonio”,por un concepto etimológico derivado del latín “mater”, o algo así. En cualquier caso, son excusas baratas para la ocultar su homofobia, simplemente porque... ¿Por qué? ¿No es el amor igual para todos? Por cierto, con la de frutas que hay, siempre tiene que salir a colación la fruta prohibida. Ese subconsciente... Cuidado con esos pensamientos, dama, o tendrá que pasar por el confesionario. Ay ese noveno mandamiento...
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